Historias olímpicas
Patton, un general sin medalla
El militar americano más famoso fue quinto en . pentatlón en Estocolmo 1912.
El general George S. Patton fue uno los hombres más famosos del siglo XX gracias a su intenso papel en la II Guerra Mundial y a la película en la que fue inmortalizado por Stanley Kubrick. Sin embargo, una de sus facetas más destacadas y desconocidas fue la deportiva. Notable jinete y avanzado esgrimista (incluso escribió un manual militar de la especialidad), perdió su oportunidad de dedicarse al fútbol americano cuando se rompió un brazo en la academia militar de West Point pero a cambio logró un quinto puesto en los Juegos de 1912 cuando todavía su rango no era el de general.
Lo cierto es que sus influencias le facilitaron un puesto en el equipo estadounidense de pentatlón olímpico, una modalidad reservada a los oficiales, cuando él todavía estaba en la academia militar. No obstante, sus cualidades se encajaban de manera indiscutible con la modalidad rescatada por el olimpismo. Era un buen nadador y corredor, un sobresaliente tirador y un virtuoso esgrimista. Así, se embarcó en la nave que cruzó el Atlántico durante meses con la delegación norteamericana, perfeccionó su técnica en improvisadas piscinas con el equipo de natación y corrió con los compañeros del equipo de atletismo.
Además, cumplió con una estricta dieta basada en comida no grasa para mantenerse en forma. Los esfuerzos y sacrificios de un joven criado en un ambiente militar le permitieron superar la travesía mejor que sus dos compañeros de especialidad, quienes renunciaron a competir.
En Estocolmo los favoritos eran los ocho suecos que habían preparado durante todo el año el pentatlón. Patton, quien había entrenado en la mejor escuela hípica del ejército en Fort Mayer, alcanzó durante los entrenamientos de tiro un resultado que habría sido el récord del mundo.
Aunque el californiano tuvo problemas para conciliar el sueño la vigilia anterior a la competición debido a las peculiares condiciones de luz de las noches nórdicas era uno de los favoritos. Pero cuando llegó su prueba idónea falló aparentemente. Una de sus balas no apareció en la diana y su disparo se dio como nulo. Según el propio Patton, el accidente se debió a que su disparo atravesó el mismo agujero que el anterior porque eligió un proyectil de distinto calibre al de sus oponentes. Sin embargo, los jueces desestimaron el intento del infalible militar y concluyó en el puesto 20 de 22.
El error le alejó de las medallas. Después, logró el cuarto mejor puesto de los 29 esgrimistas y venció al mejor de ellos, un francés al que visitaría posteriormente en Europa. El soldado finalizó séptimo en la prueba de 300 metros de natación y en la prueba hípica demostró sus dotes para la equitación con un tercer puesto con un caballo proporcionado por la organización. En la última prueba, la carrera a pie, decidió apostar para recuperar la desventaja.
Según explica el libro «Patton: en busca del destino», el estadounidense consumió «hop» (opio) antes de competir en la prueba de 4.000 metros.
Su salida resultó extraordinaria y entró en el estadio con una gran ventaja hasta que «chocó con el muro» a 50 metros del final y solo pudo caminar hasta cruzar la meta. En contraste a su tercer puesto en la prueba y el quinto en la clasificación general, Patton pasó un martirio de varias horas en coma a consecuencia de su esfuerzo combinado con el uso de la droga.
Tras aquella participación en Estocolmo el militar deseó competir en los siguientes Juegos, los de Berlín en 1918. Sin embargo, el estallido de la I Guerra Mundial suspendió el evento y él acudió a Europa como combatiente. Años después lideró con mano firme como general la ofensiva aliada desde África, aunque técnicamente no vio el fin de la contienda puesto que murió en un accidente de automóvil en Alemania en 1945. Entonces Patton ya había pasado a la historia por sus innovaciones en el campo bélico y por su peculiar carácter, por lo que su faceta deportiva quedó en lugar secundario. Sin embargo, aunque no se colgó una medalla en Estocolmo, sí entendió y promovió, a su modo, el espíritu de Coubertain: «Cada uno hizo lo que pudo y se llevó lo que la fortuna les envió como un verdadero soldado. Al final todos nos sentimos más como buenos amigos y camaradas que como rivales en una fuerte competición. Sin embargo, este espíritu de amistad de ninguna manera disminuyó el celo con el que todos se esforzaron por el éxito.