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MUNDIAL DE LUCHA DE BRAZOS. LEÓN GANA EL PULSO

Un brazo de muchos quilates

El roblano Manuel Caramés logra cinco medallas, cuatro oros y un bronce, en el campeonato de pulsos. Ganó en categoría absoluta, en más de cuarenta años y en minusválidos con ambos brazos.

Manuel Caramés hace el gesto típico de la lucha de brazos para celebrar sus cinco medallas en el campeonato del mundo.

Publicado por
sergio c. anuncibay | León
León

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Si fuera futbolista tendría la vida resuelta, pero Manuel Ángel Leal, o «Caramés», así prefiere que lo llamen, eligió la lucha de brazos, un deporte minoritario que le ha llevado a lo más alto del escalafón internacional. Este roblano de cuna, nacido en Asturias hace 40 años, tiene en su brazo derecho lo que Manny Pacquiao en sus puños. Pura dinamita.

Y eso que «nunca» ha pasado por un gimnasio. No lo necesita. Acaba de ganar el campeonato del mundo de pulsos —celebrado en Mansilla de las Mulas— en la categoría absoluta (más de 117 kilos). «No es solo un deporte de fuerza, la concentración es igual de importante porque si no eres rápido estás perdido», justifica. Entrena con «un palo, una cuerda y una piedra». No encuentra muchos sparring de sus características. «Llegó un momento en el que ataba la cuerda a la furgoneta para moverla; luego empecé a meter sacos de pienso», recuerda.

Una preparación rudimentaria que le ha servido para cincelar un brazo de hierro. Basta una mirada furtiva para comprobarlo. «Con 22 años repartía cestas de carbón de 40 kilos y las descargaba por toda la provincia», subraya Caramés. «Y con once me ganaba la propina cargando alpaca», completa.

«Quién me iba a decir entonces que algún día podría presumir de tener un título internacional». Lo consiguió el pasado fin de semana ante el que otrora fue su mentor, Katanga, jugador del Ademar en los años 80. «Nunca le había ganado. Todo se lo debo a él, porque me introdujo en esto cuando tenía 20 años y quedé segundo en un torneo de La Robla», aclara.

Dos décadas después, el alumno pudo con el maestro en la final de peso pesado, la más importante de cuántas cosían un campeonato que trajo a León a 77 luchadores de España, India, Italia, Holanda, Ucrania, Rumanía, República Dominicana, Colombia, Brasil, Marruecos, Macedonia y China.

Pero Caramés no solo alcanzó este metal. Tiene otros tres oros y un bronce. Quedó tercero con el brazo izquierdo y primero en más de cuarenta años. También fue el mejor en minusválidos con ambos brazos. «Puedo competir en esta categoría porque cuando tenía 25 años tuve un accidente de tráfico y me destrocé el brazo izquierdo», explica. Por aquél entonces trabajaba en la mina. Estuvo un año y medio de baja y, al final, tuvo que dejarlo. «A partir de ahí empecé en la noche y en la construcción, pero ahora estoy en el paro, como tantos otros», lamenta.

No puede ser profesional

Sabe que de los pulsos no se puede vivir. «En España no hay ningún tipo de subvención ni de ayuda y lo máximo que he ganado en este deporte son 600 euros», revela. Lo practica por la «simple satisfacción» que le produce la explosión de adrenalina que genera una victoria, aunque sea en un deporte minoritario, donde la competencia puede quedar reducida por la crisis económica. Estaba previsto que participarán otras setenta personas, pero la falta de esponsors y, en algún caso, problemas con el visado impidieron su concurso.

Pero a Caramés no se le escurre la corona por eso. Siente este triunfo como la guinda a una trayectoria en la sombra, alejado de las luces de otras disciplinas deportivas. Le gusta la lucha de brazos y la practica. Ese es el leitmotiv de una composición que le ha empujado a lo más alto del podio.

No sabe si volverá a competir. «Los cuarenta años pesan y antes de este torneo ya había pensado en la retirada, pero, ahora, no lo tengo claro, sobre todo porque la lucha de brazos puede llevarse a los juegos de Río como deporte exhibición». Y eso —declara— «me permitiría, al menos, enseñar a otros lo que yo he aprendido, porque los pulsos tendrían más tirón».

De momento disfruta de las mieles del éxito mientras intenta inculcar a sus dos hijos, David e Iván, la pasión por este deporte, «pero ellos son más de fútbol y baloncesto, aunque ahora están como locos con su padre», matiza. «Eso sí, me apoyan en todo y estoy muy agradecido por eso. También por la fuerza que me dan los amigos que estuvieron a mi lado en los momentos difíciles, igual que mi madre María de los Ángeles», señala.

Confía en que la afición a los pulsos crezca. León es una de las provincias con más tradición. El secretario general de la Federación Mundial y presidente del Club Lancia, Carlos Enrique Fernández, tiene la culpa. Fue él quien consiguió que este torneo viniera a Mansilla. La Asociación Nacional Española de Pulsos (Anep) y la World Armsport Federation dieron el visto bueno. «La grave crisis económica nos benefició, porque en un año normal de competición León se hubiera quedado pequeño para acoger a los cientos de deportistas que acuden a este evento», explica.