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Pasión, firmeza y compromiso

Juan Arias dedicó toda su vida al balonmano, la familia y los negocios.

Juan Arias, izquierda, junto a Carlos Álvarez, también fallecido.

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s. c. a. | león
León

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La vida de Juan Arias no puede entenderse sin citar al Ademar. Y viceversa. Antes de asumir la presidencia, fue jugador, pivote, de ese equipo que intentaba afianzarse en la élite del balonmano, un deporte que conoció en el patio del Colegio Marista San José, después de probar con el rugby y el baloncesto, al que parecía predestinado por su envergadura. Empezó la carrera de Derecho para continuar con los negocios de la familia y eso le obligó a dejar León para seguir con sus estudios. Fichó por el Michelín de Valladolid, donde jugó tres años. Y después volvió al Ademar, club al que dedicó buena parte de su vida. A finales de los ochenta dijo definitivamente adiós a la práctica del balonmano, tras 17 años de idilio. Quería dedicarle tiempo a su familia.

Eran otros tiempos. El sueldo que cobraba por aquel entonces daba para muy poco y decidió que debía centrarse en otro tipo de trabajo. Estaba cansado de luchar contra la ausencia de un patrocinador, y unas misteriosas fiebres acabaron por decantar la balanza. El club entró entonces en una de sus épocas más convulsas. Hasta que un día, el Hermano Tomás le pidió que cogiera las riendas del Ademar. Asumió con firmeza la responsabilidad que suponía reflotar una entidad que arrastraba un endeudamiento importante. Llegó a la presidencia y revolucionó el club, tras sanearlo económicamente.

Tenía talento. Se rodeó de una directiva de su confianza y, juntos, firmaron los años de gloria del equipo leonés. Creó la Fundación Ademar para formar promesas y convertirlas en futuras estrellas. Ganó seis títulos —una Liga, dos recopas, una Copa del Rey y dos copas de la Asobal—. Dejó la presidencia después de quince años, pero siguió fiel a su equipo, como un socio más. Fue un hombre de principios, de marcadas convicciones que hicieron posible algo que parecía impensable. Convirtió al Ademar en uno de los mejores equipos de Europa. Su legado es imborrable. Su pérdida, una sacudida para la familia marista.

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