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Los brasileños eligen el fútbol
El Mundial de Brasil ya tiene dos días de vida. Se estrenó el jueves en São Paulo, en un partido que hasta los propios brasileños reconocen que hubo una clara ayuda arbitral del japonés Yuichi Nishimura.
Todo el mundo esperaba grandes manifestaciones para el inicio de la competición. Todos los medios de comunicación desplegaron equipos en las calles de las principales ciudades del país y la policía se preparaba para una jornada de fuerte violencia, pero al final nada de eso ocurrió. Salvo incidentes contados y poco graves, no se llegó al nivel del año pasado, durante la Copa Confederaciones.
En Río de Janeiro la manifestación se convocó al lado del FIFA Fan Fest, un complejo situado en la playa de Copacabana, de acceso gratuito, para ver los partidos en una pantalla gigante. Los brasileños eligieron el fútbol en vez de la reivindicación. La multitud, festiva, situada frente a la pantalla de 150 metros cuadrados plantada encima de la arena, contrastaba con el medio millar de personas (como máximo) que se concentraron en las proximidades bajo el lema ‘No va a haber Mundial’. En portugués, el ya famoso “Não vai ter copa”.
Eso no quiere decir que no se esperen más protestas durante los próximos días, pero las cifras hablan por sí solas: el día del partido inaugural, fecha clave para los manifestantes, fueron, sumadas en todo Brasil, menos de 4.000 personas las que salieron a la calle a reivindicar sus derechos.
De hecho, en otras manifestaciones organizadas en los últimos meses que coincidían con un partido de fútbol, los brasileños descansaban dos horas para ir al bar a ver a su equipo y después continuaban gritando contra Dilma y la Fifa, gritos que también se escucharon el jueves en el estadio Arena Corinthians de São Paulo.
La presidenta de Brasil fue abucheada hasta en tres ocasiones. De hecho, se había especulado sobre la posibilidad de que no asistiera al partido, algo inédito hasta ahora para un presidente del país organizador. Finalmente sí que fue, pero no hizo el tradicional discurso inaugural para evitar el rechazo de los aficionados, casi todos vestidos con la camiseta de la canarinha. Hubiera sido una imagen frente al mundo muy negativa para el gobierno de Dilma, que en noviembre se enfrenta a unas elecciones en las que no debería tener problemas para volver a ganar, aunque eso ahora mismo parezca mentira.