Diario de León

Adiós a la gran leyenda del boxeo

La muerte silencia a Muhammad Ali Fallece a los 74 años el hombre nacido como Cassius Clay, el boxeador que transformó y conmocionó a la sociedad norteamericana con los puños y la lengua.

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javier bragado | madrid

El legendario excampeón del mundo de los pesos pesados, el estadounidense Muhammad Ali, falleció ayer a los 74 años de edad en un hospital de Phoenix (Arizona, EEUU), según informó el canal NBC, que citó fuentes de la familia. Horas antes, el portavoz de la familia de Ali, Bob Gunnel, informó de que el exboxeador había sido ingresado en el hospital tras sufrir problemas respiratorios.

Relatar la vida de Muhammad Ali es una tarea complicadam puesto que él mismo contribuyó a edificar un mito con ladrillos auténticos y fábulas legendarias. Pero el alcance de su leyenda es tan evidente como recordar su influencia en la Guerra de Vietnam o en la figura de Nelson Mandela desde el púlpito que le ofreció el ring a quien se reconoció como ‘El bocazas de Louisville’. Todo se debió a que Cassius Marcellus Clay fue un pionero. Aprendió la faceta del espectáculo en el deporte antes de que el deporte se percatara de sus posibilidades. Cuando en los años sesenta la publicidad no había alcanzado a los atletas creó su figura como boxeador, moldeó su aura como personaje influyente y hasta eligió su propio nombre.

Clay se abrió paso en los años sesenta, cuando la población negra trataba de igualar sus derechos en Estados Unidos. Entonces surgió desde el condado de Kentucky un joven que quería ser el rey del mundo y lo lograría. Al tiempo que se extendió su fama como luchador se popularizó su personaje bravucón y confiado. Amante de las frases ingeniosas y de las rimas, construyó su figura con su irreverencia y una lengua descarada que selló numerosas máximas creadas o prestadas para la eternidad. Su espíritu de superación traspasó los gimnasios hasta aus seguidores y hoy todavía inspira a las nuevas generaciones de un hombre desafiante que vivió siempre con la polémica. Fue tres veces campeón de los pesos pesados y sus adversarios sólo dejaron de ser sus enemigos cuando después de sus numerosas provocaciones abandonaron el cuadrilátero. Joe Frazier, el único con el que no se reconcilió, recordaba que antes de unos de sus choques se presentó en su hotel con una pistola y con su habitual actitud alocada. «Soy joven, soy guapo, soy rápido, soy elegante y probablemente no pueda ser golpeado. He cortado árboles, he luchado contra un cocodrilo, me he peleado contra una ballena, he encerrado rayos y truenos en una prisión, incluso la semana pasada asesiné a una roca», recitó antes de un combate con su particular mezcla de confianza y fantasía cautivadora.

En el plano social, su amistad con Malcom X y su reivindicación de la raza negra como algo positivo en los Estados Unidos se unieron en el surgimiento de un héroe. Asimilado por la Nación del Islam que promulgaba la superioridad de la raza negra, el deportista se convirtió en altavoz de la organización y adquirió el nombre de Muhammad Ali en una época en la que recibió el rechazo de gran parte de la sociedad blanca. «Cambio de nombre porque Clay es un apellido de esclavo que yo no he elegido», argumentó en mitad de la tormenta de su vida.

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