Lucha, cultura compartida

«Tatar kures!» (¡lucha tártara!) era la exclamación de unos desconocidos, nómadas de Krimea, al ver sobre el tapiz de un pabellón de Estambul (hace ahora diez años) una exhibición de lucha leonesa llevada a los cintos por Héctor García Robles y Roberto Rodríguez Bulnes, con «Avelinín» como árbitro.

Era la primera participación de los aluches en uno de los campeonatos organizados por la Asociación Internacional de Luchas al Cinto (IBWA), oportunidad para que gentes de toda la Europa oriental y Asia central que practican luchas tradicionales conocieran la nuestra, y nosotros las suyas. Y era ocasión para «descubrir» que, aunque el cinturón de la «Belt Wrestling» sea de tejido y no cuero como nuestro cinto, aunque el agarre varíe (y tal vez algo se pudiera ganar de su modo), aunque los tártaros las cantaban en su lengua y nosotros se las nombrábamos en la nuestra... ¡las mañas eran las mismas!

Nos preciamos de tener una lucha autóctona con raíces en la de los guerreros que citaron los geógrafos de Roma, como en los Balcanes lo hacen, y nos encontramos, tan iguales, hijos de pastores de las montañas de los ástures o de los tracios.