Diario de León

Des-pa-cito hasta en la sopa… ¡pero no para esto!

Colombia, Costa Rica y Honduras. Tres países con su cultura propia que el leonés David Flecha sumó a su trayecto vital por América, un viaje que se iniciaba hace unos meses y con el que este leonés pretende convertirse en una persona más completa.

Llegando a Bocas de Toro en lancha, una instantánea idílica para el que la presencia. En este caso el leonés David Flecha. D. FLECHA

Llegando a Bocas de Toro en lancha, una instantánea idílica para el que la presencia. En este caso el leonés David Flecha. D. FLECHA

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Una de las cosas que te ocurren cuando viajas con la mochila al hombro, es que todo es posible, no hay una ruta fija, y en cualquier momento tus planes pueden cambiar. Fue justo lo que me ocurrió nada más llegar a Ciudad de Panamá.

El día anterior lo había pasado en Barranquilla, dándome el capricho de despedirme de Colombia cenando en uno de los lugares más mágicos de la ciudad, el restaurante-fundación La Cueva; un antiguo bar de cazadores que, a día de hoy, es un museo de arte y literatura. Era el punto de encuentro de algunos intelectuales y escritores como Orlando Rivera, del que puedes ver sus cuadros en el propio restaurante, o García Márquez; y el lugar indicado para, en compañía de Laura, una de las camareras, que me ayudó a entender mejor el significado de aquella guarida abierta al público, decidir brindar como colofón a una etapa a punto de concluir, por el futuro incierto y como no, por los amores contrariados, algo que me enseñó cuando no dejaba de explicarme entusiasmada el significado del mismo acordonado por todas esas obras.

Al día siguiente, al llegar a Panamá sentí que de alguna forma necesitaba evadirme de toda esa cultura del dólar, que se respira por toda la ciudad panameña, y no me hacía sentir muy cómodo…no me interesa mucho ver edificios, así que no demoré mucho en empezar a viajar rumbo al norte sin saber muy bien a donde ir o donde quedarme. Sabía que quería llegar a Bocas del Toro, así que cogí el primer transporte hacia allí. Tras unas ocho horas de viaje llegué hasta el pueblo de Almirante a eso de las 4 de la mañana, allí, esperé hasta una hora y media más tarde para subirme a una lancha y cruzar hasta la isla.

La verdad es que me sorprendió bastante encontrarme en mitad de aquel panorama mientras amanecía en el horizonte y el paso de la lancha dejaba a los lados varias islas hasta llegar a Bocas con un cielo color naranja.

Lleno de ojeras legué a la isla y me fui al primer local para tomar un café bien calentico y saber donde iba a alojarme. Decidí por quedarme en un hotel barato, solo quería un sitio donde llegar y dormir hasta la tarde porque estaba reventado. Ese mismo día, después de la siesta, conocí a Richard, un tipo de Alaska que había llegado por casualidad a Bocas del Toro y se había alojado, minutos después en el mismo cuarto que yo. «Viajo hacia Honduras», me decía entre sus planes.

Pasé con él varios días allí, creo que nos recorrimos toda la isla a pie en ese tiempo, nos hinchábamos a pancakes en el desayuno y a pasta con cebolla por la noche (era lo más económico y mis dotes culinarias hacían de cada plato fuera algo diferente), y compartíamos muchas conversaciones de esas trascendentales, siempre es interesante encontrar alguien con quien tenerlas en compañía eso sí, de una buena cerveza…que yo pensaba…ojalá hubiera sido una Kadabra.

Fachada de la Catedral de Granada de Nicaragua, la hermana pequeña de la española. D. FLECHA

Tan bien conectamos que empezamos a planear juntos nuestro próximo destino, de alguna forma me había adaptado a su plan de viaje, cosa que no me importaba, porque la capacidad de cambiar los planes siempre ha estado presente en esta odisea, y viajando aprendes entre otras cosas la importancia del cambio y adaptarse a él, ya que es lo único que te mantiene vivo y no puedes hacer algo así si no te dejas llevar con las cosas que por el camino te vas encontrando.

Sus planes eran llegar a Utila, una isla de Honduras que yo no sabía ni que existía, pero que según me dijo, —Es uno de los destinos favoritos en todo el mundo para bucear. Fue escucharlo, buscarlo en google, ver las fotografías y levantar la cerveza diciendo con una enorme sonrisa: «¡Nos vamos a Utila!»

Al día siguiente planeamos nuestro viaje. Llegar allí, por tierra, consistía estar varios días viajando, durmiendo casi apenas llegásemos a los puntos de intercambio y volver a viajar al día siguiente, sabía que sería un auténtico palizón, pero no me importaba, menos aún cuando como si de un deja vú se tratara, recordé cuando M.J, responsable de Workteam y uno de mis principales sponsors me dijo el día que apoyaron mi proyecto:

«Haces muy bien David, dicen que la vida da muchas vueltas, pero las vueltas… ¡esas sí que dan vida!» Planeamos todo aquello mientras nos bañábamos en el mar, paseábamos por la isla o volvíamos a comer pancakes, que después de tres días empezaban a saberme a pladur.

Un pintor de Granada que hacía sus obras con café. D. FLECHA

Al día siguiente empezamos nuestro viaje, que sería toda una odisea, como mi propia aventura titula, pero que a pesar de las horas de viaje y no tener mucho tiempo para disfrutar de algunos lugares donde pasábamos, siempre nos sorprendía algo nuevo; es lo bueno de estar en movimiento continuamente.

Volvimos al muelle, subimos a la lancha de regreso a Almirante y de allí cogimos un autobús rumbo a la frontera con Costa Rica. Llegamos a Guebito, unas dos horas después de haber hecho varios cambios de autobús para llegar, cruzamos la frontera empapados de sudor y en el lado de Costa Rica nos subimos a otro autobús rumbo a Puerto Viejo de Talamanca, un lugar de ensueño al sur de Costa Rica.

Ese viaje nos duró como dos horas. Por el camino encuentras varios puestos que venden entre otros, cocos fresquísimos que te bebes y se te hace la boca agua. Una vez estás en Costa Rica, notas, por el color que te rodea, que es un país diferente. La carretera está atestada de fincas bananeras a los lados, y tienes la sensación de que de alguna forma hay un orden social que todo el pueblo respeta. Siempre me llamó la atención que este país careciese de ejército nacional y todo ese dinero, que podrían destinar en defensa, lo inviertan en medio ambiente, quizás sea la razón de que a simple vista notes que es un país muy seguro.

Llegamos a Puerto Viejo de Talamanca, con el tiempo contado para almorzar y tomar un café, porque un par de horas después salía nuestro próximo transporte para San José, la capital. Me quedé con las ganas en la maleta de haberme quedado más en ese lugar, tenía unas playas asombrosas, y se respiraba un ambiente súper jovial; habría sido un buen lugar para pasar un par de noches y seguir haciendo ruta.

Tardamos cerca de seis horas para llegar a San José, tiempo que aproveché, como de costumbre, para editar vídeos y fotografías, que después cuelgo en redes sociales.

Fue llegar a San José y buscar inmediatamente un lugar para dormir. Ese día la ciudad estaba encharcada porque no había parado de llover en varios días, así que meterme en la cama fue algo que a sabiendas de que estaba en un lugar nuevo y que no iba a visitar, al menos me deleitaba dormirme escuchando la lluvia caer mientras me dormía. Al día siguiente ya sabía lo que me esperaba de nuevo, carretera y más carretera.

De un país a otro

De San José a la frontera de Nicaragua tardas unas seis horas en llegar. Por el camino dejas a la derecha, muy a lo lejos algunos volcanes como El Arenal o el Miravalles, y te quedas estupefacto imaginando todo el horizonte salvaje que vas dejando por el camino, justo al otro lado del cristal.

Parte del muelle del Lago Cocibolca. D. FLECHA

Una vez llegas a la frontera de Costa Rica con Nicaragua y pisas tierra, sales del autobús y un grupo de niños se te acercan a empujones para venderte desde hamacas a frutos secos. Yo comí algo que vendía una señora muy viejita en un pequeño puesto nada más cruzar la frontera, era una especie de burrito mexicano frito, que no tengo ni idea de lo que llevaba por dentro, solo ví que empezó a echar verduras y salsas por encima, y cuando me lo comí, no con mucha empatía después de ver toda esa mezcla…se me abrieron los ojos como platos de ducha de lo bueno que estaba.

Te parecerá una tontería, pero… después de saborear eso que parecía tan sencillo y estaba tan delicioso tuve la sensación de que era la antesala perfecta para pasar unos días en un país que siempre fue muy desconocido para mí, y tenía que empaparme de todo lo posible.

Tras seis horas hasta la frontera nos quedaban otras dos hasta llegar a Granada, la ciudad que sería nuestra parada por unos días, tres como mucho, para conocer una de las ciudades que Richard, mi compañero, tenía apuntado en su agenda.

Viajaba con todo organizado, fechas, hoteles, traslados, visitas, precios… algo muy diferente a como lo hago yo, que soy más de improvisar sobre la marcha-, he de confesar que aunque yo tenía un plan de viaje muy diferente al suyo me adapté perfectamente, y sencillamente me dejé llevar. Ahora tengo la sensación de que fue lo que mejor pude hacer, ya que cada momento del viaje se convertía aún más si cabe en un momento de encuentro siguiendo las directrices de otra persona que no fuese yo, y empecé a empaparme de todo lo que me rodeaba.

Creo que Richard sabía muy bien lo que hacía.

Cuando llegamos a Granada nos dimos cuenta de lo tranquila que es la ciudad. De estilo totalmente colonial, todas sus calles estaban empedradas, y las casas, que cada una esta pintada con colores vivos, creaba un mural magnífico para pasear por allí y disfrutar de cada rincón. En los portales de cada casa, los vecinos sacaban las sillas y se sentaban por la noche a conversar o jugar a naipes y al dominó; me recordaban a las antiguas hilas que se organizaban en la montaña hace años; y no había una sola reunión que, al pasar a su lado, no te diera as buenas noches o te saludara como si no fueras un forastero, con una sonrisa franca que caracterizaba a cada uno de ellos.

Creo que por esa razón Granada me gustó especialmente; no solo por las carrozas arrastradas por caballos y decoradas con todo tipo de detalles, que hacen de la ciudad algo hermoso; el enorme lago Cocibolca, que flanquea la ciudad por el este dejando un paseo digno de compartir de la mano de alguien; los hoteles coloniales tan elegantes, a los que entrabas y te recordaban a la época colonial o las iglesias totalmente cuidadas, especialmente su colorida catedral, que podías ver desde cada punto de la ciudad; sino que la calidez de su gente te hacía sentir como en casa. Fueron unos días que recuerdo con mucho afecto, y que recomiendo visitar a todo el que pise el pueblo nicaragüense.

Además, comerte el gallo pinto, unos de los platos más típicos del país, o degustar un buen café, sentado en alguna de sus múltiples terrazas escuchando tocar a alguna de las trovas callejeras de fondo, es todo un regalo para los sentidos que bien vale un viaje así.

Tras haber pasado unos tres días en la ciudad volvimos a retomar el viaje hacia al norte, que nos llevaría a ciudades como Masaya o Managua, pero eso ya lo dejo para la próxima crónica…que aún tengo cosas por contar y seguro también por descubrir.

Todo este tiempo, desde que emprendí este sueño, he intentado tomar a modo de píldoras cada uno de los lugares que he visitado, los amigos que me he encontrado y las emociones que he digerido, con el objetivo de hacer que mi vida merezca la pena y el día de mañana pueda tener algo que contar, y la verdad… me han hecho mucho efecto. A sabiendas de que me quedan muchas horas de carretera y muchos kilómetros a la vista, el afán de llegar a Utila, que no Ítaca…aún no; me invade de una emoción inexplicable.

Hace unos días alguien me dijo que, entre otras cosas, viajo para salvarme, para sanarme; porque esta es mi forma de verle la cara a la vida; y yo a día de hoy sigo pensando que en parte tiene mucha razón, porque viajar es, a veces, la mejor cura; pero es que uno tiene que empeñarse en vivir su vida como decía Hunter S. Thomson: —Llegando a la tumba derrapando, totalmente desgastado y destrozado mientras gritas en voz alta…¡ufff, vaya viajecito!

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