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UNA LACRA POR RESOLVER

¿Insultos? No, gracias

El debate sobre la violencia verbal en los estadios se reabre tras el pulso de Piqué con el Espanyol y Tebas. Los expertos destacan un repunte del problema, sobre todo en los padres, en categorías inferiores del fútbol

La grada del Madrid recibe al Barça en el clásico del 7 de mayo del 2008.

Publicado por
Juan Fernández y Iosu de la Torre
León

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La grada escupe al futbolista que responde con un sarcasmo que se interpreta xenófobo y es replicado por un dirigente excesivo que le mete el dedo en el ojo al mismo futbolista desbordado por el grito de aquella grada a la que ninguna autoridad es capaz de hacer callar.

¿Es posible desterrar los insultos de los estadios? ¿España es un territorio maleducado, insolidario y revanchista como el que se vive en los días de fútbol? ¿La politización contagia a la rivalidad deportiva? ¿Llegará un día en que por fin se pueda celebrar un partido sin que reviente el lado más salvaje de la gradería?

La pancarta que se colgó el estadio del Espanyol en enero del 2016. / REUTERS

La Liga está salpicada de historias escritas con trazo grueso por hinchas y futbolistas. La más reciente comenzó con el rugido grotesco de los ultras del Espanyol sobre la familia de Gerard Piqué, enredó el nudo con la ironía perversa del jugador del Barça ante la denuncia del club blanquiazul y alcanza un desenlace incierto con uno de los habituales codazos de Javier Tebas, el presidente de la Liga del Fútbol Profesional.

Según denuncia esta entidad al Comité de Competición, exactamente 450 aficionados del Espanyol bramaron bajo la lluvia «Piqué cabrón, Shakira tiene rabo, tu hijo es de Wakaso y tú eres maricón». La culpa, según Tebas, fue de Piqué por mandar callar tras marcar el gol del empate. 

La responsabilidad de Piqué

En estos incidentes es fundamental la actitud del futbolista que sufre los ataques. «Piqué y muchos otros profesionales deben ser conscientes de la responsabilidad que tienen y no han de fomentar la tensión», diagnostica Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia. No es fácil.

Veintidós años después de un Cristal Palace-Manchester United aún hoy se recuerda el golpe de kung-fu que propinó Éric Cantona a un hincha que le gritó: «Vete a tu país, bastardo». En cada aniversario de la agresión, que le supuso nueve meses sin jugar, el exfutbolista dice no estar arrepentido. 

En la temporada 1982-1983, los 14.000 aficionados de El Sadar repitieron insistentemente el cántico de «indio, indio, indio» dirigido al delantero centro del Atlético de Madrid Hugo Sánchez. La bronca racista no afectó al mexicano, según le aclaró al periodista que le preguntó en los vestuarios hasta dónde le ofendía el falso insulto. «No me he enterado de nada. Yo, en la cancha contraria, nunca atiendo a los gritos, a los insultos», masticó con sonrisa dentífrica el futbolista que estudiaba para dentista.

Había que hacerse el sordo. A Hugo Sánchez los desplantes de la grada no le afectaron hasta diciembre de 1990 en el Camp Nou. Al acabar el Barça-Madrid (0-1) de la Supercopa, camino del vestuario, dedicó un gesto testicular a la culerada que aún se recuerda en los tiempos 2.0. 

«Me estaba acomodando las partes», aclaró tras el estupor de Josep Lluís Núñez. «Se ha puesto las manos en un sitio muy poco confortable. Es un provocador», clamó el presidente de aquel Barça. Veintiocho años después, como Éric Cantona, Hugo Sánchez sigue sin arrepentirse. Aquella provocación sucedió en el mismo partido en que el astro azulgrana Stoichkov propinó un pisotón al árbitro Urizar Azpitarte. El búlgaro purgó con 12 partidos fuera de juego. El mexicano, con dos y una multa de 139.000 pesetas (849 euros).

Violencia verbal y física

Aquellos comportamientos, en la cancha y la gradería, no han desaparecido. «Asistimos a un rebrote de violencia, insultos y expresiones denigratorias. El problema nunca desapareció del todo», advierte Esteban Ibarra. En su opinión, «los cánticos y expresiones que se escuchan parecen reflejar la tensión política que se vive ahora mismo en España. La polarización siempre hace que aflore la violencia, verbal y física».

Los hinchas más radicales del Valencia durante la semifinal de Copa contra el Barça. / MIGUEL LORENZO

El catedrático de Filosofía del Deporte Antonio Sánchez Pato también ha detectado «un repunte» de la violencia. «Sobre todo en categorías inferiores del fútbol. Nos hemos acostumbrado a ver a padres que se pasan el partido metiendo presión al árbitro, al entrenador, a los propios jugadores, gritando, insultando». «Aunque nos parezca increíble, ser mujer o pertenecer a una raza diferente a la blanca y ejercer de futbolista, árbitro o linier en España, lleva emparejado que te insulten en tu trabajo», avisa Ibarra. 

Movimiento contra la Intolerancia nació hace 25 años para alzar la voz contra el crimen racista de Lucrecia Pérez, cuyos autores tenían vínculos con los Ultrasur, el grupo de aficionados de inspiración neonazi que animaba al Madrid en el Bernabéu hasta que el equipo les recortó los privilegios. Ibarra participó en la redacción de la ley antiviolencia que se aprobó en el 2007 para acabar con estas situaciones. 

En su opinión, la solución no pasa por cambiar el reglamento, sino por aplicarlo. «El artículo 2 de la ley prohíbe expresamente los cánticos que inciten a la violencia, el racismo, y los mensajes vejatorios e intimidatorios. Gritar ‘negro hijo de puta’ está prohibido, con sanciones que van entre los 150 y los 600.000 euros, pero se permite», señala.

Más educación y multas

¿Hay que castigar a los desalmados? «Sí, pero sin volvernos locos, porque esta no puede ser la única medida», tercia Sánchez Pato, autor de varios libros sobre violencia y deporte. «Si la gente no va educada de casa, poner multas no solucionará el problema, siempre habrá quien se salte las normas. Es más útil educar que sancionar. Hay que aprender a resolver conflictos, respetar las normas, canalizar la frustración. Se aprende de pequeño, luego es muy difícil». 

Pocos padres entienden el mensaje, avisa el experto.

«Creen que su crío será el nuevo Messi. Insultan, gritan, dan mal ejemplo y transmiten esa ansiedad a los menores. El hijo que ve a su padre gritando, ve normal que insulte en el estadio».

¿Habría que multar cada insulto que se escucha? Reflexiona Ibarra: «Lo grave no es un taco que se le escapa a un aficionado, sino los grupos que de forma orquestada se dedican a corear cánticos denigratorios para que los oiga todo el estadio. Esto es lo que hay que atacar, y no se hace».

Marea con banderas del RCD Espanyol en un derbi . / JORDI COTRINA

Tradicionalmente, los clubs de fútbol alegan dificultades técnicas para controlar estas situaciones. «Eso valía en el pasado. Ahora hay cámaras que leen los labios de alguien que habla a 200 metros. ¿Cómo va a ser imposible identificar los insultos que corean grupos enteros en los graderíos? Si se quiere acabar con lo cánticos denigratorios de los ultras, se puede», plantea el activista.

Control de las emociones

Sobre el episodio del Espanyol, Piqué y Tebas, el catedrático Sánchez Pato analiza: «Los jugadores no son robots y cuando tienen las pulsaciones disparadas y oyen que les insultan, es comprensible que sientan el impulso de querer contestar. Hay que apelar a la profesionalidad. No son aficionados, son deportistas de élite. Y así como entrenan para controlar el balón como nadie, deben aprender a controlar sus emociones y no entrar al trapo, ni de adversarios ni de aficionados. Están obligados a mantener la cordura».