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OPINIÓN TÉCNICA ADRIÁN BENAVIDES
León

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E l análisis del partido de ayer debe partir sobre Enrique Martín, un entrenador tachado desde algunos sectores como antiguo, o pasado de tiempo, y al que considero uno de esos grandes profesionales capaces de adaptarse a todo, creativo, impetuoso y visceral futbolístico. Conceptos defensivos los del Alba similares al Hoffenheim alemán de Julian Nageslmann. Sí han leído bien, con ese entrenador magnífico capaz a sus 62 años de ver y aprender de los demás. Sin ego que le impida reconocer la labor del otro o sus propios errores. Por ejemplo en la defensa interior de los tres interiores de la línea de cinco, con multitud de ayudas permanentes, salida milimetrada y cruces entre centrales ante posible recepción entre líneas. Defensa impecable de desdoblamientos y espectacular temporización y organización defensiva ante la transición rival. Ofensivamente adaptado el conjunto manchego a los jugadores que tiene. Juego directo, reducción de espacios y una vez ganada la segunda jugada, acción rápida y vertical con el objetivo claro de acabar jugada.

Así superó en aspecto global el equipo local al leonés, que con línea de tres y Emi de carrilero, perdido en esa nueva posición para él, no supo contener las numerosas llegadas directas de los manchegos, que en la primera mitad pudo hacer un roto a los visitantes.

En el aspecto ofensivo, la Cultural generó únicamente dos ocasiones claras, procedentes de acciones aisladas como fue un balón al poste de Zuiverloon después de un rechace, y de una falta de Iza al larguero. Poco más bagaje. Y lo peor pocas más ideas conceptuales de cómo superar la presión alta propuesta por los locales.

Un factor climatológico tuvo gran incidencia en el partido como fue el viento, que pudo costar más de un susto a ambos en acciones a balón parado, debido a la variabilidad en la trayectoria del balón.

Como conclusión, partimos del inicio, mucho que aprender de entrenadores como el navarro, amante del fútbol, de la intensidad, de lo adaptativo, de lo pasional, a sus 62 años, frente a entrenadores autodenominados ‘modernos’, obsesionados con controlar el juego, con frenar el ritmo de juego y con que no pase nada.