La marabunta entregada que jamás deja de creer
La afición culturalista gozó con el equipo, al que solo pudo ovacionar tras el esfuerzo El Reino, lleno hasta la bandera
Nadie quería despertar. Por eso el Reino se llenó hasta la bandera, más si cabe que con el Atlético de Madrid. Había incluso ilustres como Jesús Calleja. Apuntaba —visto el once del Valencia— a campana y se acabó ché en la primera parte con el VAR a la puerta. Celades se había estudiado bien la lección que escribió con letras de oro el Cholo, pero a punto estuvo de repetir el mismo destino. Le salvó su portero y la cabeza de los suyos, que al final pudo al corazón de los culturalistas.
Pero poco importa ya. Los leoneses han hecho historia. Sí, hasta el último seguidor hubiese pagado ayer la ronda entera al resto con tal de lograr la segunda machada consecutiva. Los de Aira tuvieron contra las cuerdas a todo un Primera y Luque la ocasión que todo jugador sueña alguna vez. No importa. Ayer la conexión de la grada con su equipo dejó claras dos cosas; la ciudad se muere por ver fútbol otra vez y dos, la Segunda B debe borrarse del ADN leonés. Es la hora de creérselo. Como ante los rojiblancos. Como anoche durante 120 minutos frente al vigente campeón. Como hace tres años con el Barcelona B. Es el momento de sacudirse los complejos, de aparcar el apellido cazurro. Hay plantilla. Hay cimientos. Y sobre todo hay una afición que resurge. Han vuelto y tiene que ser para quedarse.
La Copa ha sido un auténtico regalo. El ¡Sí se puede! y el ¡Cultural alé! se han tatuado en cada esquina del campo. Ahora nos conocen y nos temen. Y ese respeto es impagable. Pero la verdadera película, donde tiene que aparecer la garra, es este domingo y cada fin de semana hasta junio. Y dada la entrega de los jugadores, quien seguro no fallará es la marea blanca que ya resurge, que empieza de cero, que se suma a los que nunca se fueron, a los que siempre han creído. La marabunta adormilada que los tontos por ciento creían extinta. El genio sin lámpara capaz de cualquier cosa.
La tristeza y la alegría viajan en el mismo tren sí, pero lo que de verdad cambia la historia es subirse a ese tren. León se merece, esta vez sí, el fútbol profesional.