Diario de León

OPINIÓN Miguel Pardeza

Acerca del cansancio

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No descubrimos nada nuevo si resaltamos la importancia de la condición física en un torneo corto y de la intensidad de una Copa del Mundo. El éxito en este marco muchas veces se basa más en razones de oportunidad corporal que de idoneidad estratégica. En calidades parecidas prevalecen aspectos como la desigualdad aeróbica o las quiebras producidas por el cansancio. Lo que ya es más difícil de determinar es el fundamento de estas desproporciones. Igual número de partidos juegan italianos, franceses, ingleses, argentinos o españoles, y, sin embargo, el disparejo rendimiento físico de cada uno de ellos no dejará nunca de sorprendernos. Uno de los campos de batalla de nuestra selección ha sido desde tiempos inmemoriales precisamente el estado de las piernas, aparte, por supuesto, del estado mental. La impresión favorable que nos dejó España en su partido frente a Eslovenia partió de la frescura que muchos de sus jugadores dejaron entrever mientras asaltaban a un equipo replegado hasta la grosería. Pero a la vista de algunas declaraciones no fue oro todo lo que relució. Caras contraídas, resoplidos incesantes, brazos desfallecidos mostraban la realidad de otros componentes resquebrajados por la falta de forma o el agotamiento. Dejando aparte las limitaciones de reservas inherentes a una temporada dura y dilatada como la española, es claro que las características geográficas implican un punto de inflexión primordial. Un factor como la altitud de México dejó a la defensa inglesa medio parada en el gol de Maradona como figuras ornamentales embutidas en una cámara lenta casi bochornosa. En Corea o Japón, tenemos la humedad y los horarios. Uno que no es médico, ni fisiólogo, ni siquiera ATS, desconoce técnicamente la influencia científica que la humedad tiene en los músculos, en la sangre o en el cerebro. Pero sí estoy en condiciones de decir que un día jugué en Veracruz a las tres de la tarde y que la experiencia no se la recomiendo a nadie. Más que sudar, uno se evaporaba a chorros, con lo que más que un jugador uno parecía una promesa de charco. La pérdida de agua te dejaba a un paso de la extenuación, y no sólo eso, sino que te sometía a una desgana insufrible y pegajosa que era como una invitación a la renuncia. En el Mundial del sol naciente las cosas deben de ser más o menos las mismas.

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