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OPINIÓN Miguel Pardeza

Soplan aires de provocación

Publicado por
León

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También los partidos son una guerra de nervios. A este propósito se han empleado algunos jugadores de la selección paraguaya, después de que empataran con Sudáfrica en la primera jornada del Mundial. La voz más perturbadora ha sido la de Chilavert, un carácter rebelde sin causa con el que tuve ocasión de coincidir en el Zaragoza a finales de los años ochenta. Entonces era un portero precedido por una fama de niño terrible, pero carente de trascendencia internacional. Dos temporadas defendiendo la portería blanquilla bastaron para comprobar hasta qué punto aquella mirada aindiada a punto de estallar en broncas e irritantes manifestaciones escondía un futuro marcado por la exhibición ególatra y la espectacularidad futbolística. Su carrera se hizo en Argentina y su nombre ha sido una llamada aparte en el mundo siempre discutido y discutible de los porteros. Desde entonces es imposible aludir a Chilavert sin echarse las manos a la cabeza o sin poner un rictus de desagrado o admiración. Para bien o para mal es alguien que no pasa desapercibido. Como todo narciso irredento más que la verdad le atrae llamar la atención. Ahora se entretiene borrando a España de los futuros candidatos al título de campeón de Mundo. Y quizá no le falte razón, por más que le anime el regusto de seguir en la gresca como sea. Paraguay es una aceptable selección, algo cansada, a la que se le agotó su mejor momento. Aún así cuenta con Santa Cruz, Acuña, Arce, Gamarra o Ayala, un buen concepto defensivo y dos nociones hijas del contragolpe. La selección española con los mismos hombres que ganaron a Eslovenia no tiene más remedio que abundar en la fe con que encaró su debut. Es una vía simple, acaso de pobre contenido específico, y a la vez el mejor símbolo de no querer tirar la toalla. Dejando a un lado las inasequibles y aburridas cuestiones tácticas, parece claro que para el triunfo final tal vez baste con que se reproduzcan el espíritu de los grandes momentos y el deseo innegociable de ganar. Sólo en este palenque irán creciendo el convencimiento y voluntad, que son como la corteza sutilísima de la ambición personal y colectiva.