Diario de León

La selección remontó ante Paraguay con dos goles de Morientes y certifica su pase a octavos

España: de la pesadilla a la euforia

Ante Paraguay se vio a la auténtica España en sus dos versiones. La que es capaz de pegar un gatillazo que la sume en la confusión, y la que en un acto d

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Ángel Pereda - JEONJU.
León

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La primera España, la que llegó a ir perdiendo y se derritió ante la paraguayos de forma estrepitosa, merecería un premio al despropósito, al antifútbol. Fue sin duda Morientes el que enganchó al combinado nacional al Mundial cuando el equipo estaba fuera de órbita, desaparecido, seminconsciente. Pero el artífice de la merecida remontada tiene otro nombre propio: Camacho. El técnico supo leer el partido con una sabiduría envidiable. No funcionaba Luis Enrique, la banda izquierda era un paseo público con un De Pedro desasistido y en la delantera, de Tristán sólo se supo antes del partido en la lista de alineaciones que la FIFA entrega a la prensa. Al seleccionador no le tembló el pulso y dio un golpe de timón en el descanso. Introdujo a Morientes y Helguera, y dejó en el vestuario al máximo goleador de la Liga y al centrocampista del Barça. Mano de santo. En un abrir y cerrar de ojos se pasó de la noche al día. El madridista destrozó a la defensa paraguaya e hizo dos goles vitales, Helguera llevó la sensatez a su parcela y permitía a Baraja incorporarse al ataque, y Puyol y De Pedro campaban a sus anchas por las bandas. España ya está en octavos, pero bien pudo haber tenido que esperar al duelo del miércoles frente a Sudáfrica para asegurarse la clasificación. Su primer tiempo llegó a deprimir a los propios jugadores. Fue la torpeza en 45 minutos llenos de extravagancias por malos e indigestos, en los que nuevo apareció el miedo escénico que tantos quebraderos de cabeza a dado a la selección a lo largo de su historia. El equipo estuvo a punto de pagar un altísimo precio por su falta de pegada y aparente escasez de recursos en un centro del campo que tenía que ser el pulmón del combinado nacional y que se mostró encogido y sin perspectivas, atascado. Paraguay hizo lo único que sabe hacer, y España se lo permitió. Se adelantó con un gol de Puyol en propia puerta y con una fe y una entrega encomiables puso contra las cuerdas a los españoles. No parecía llegar la reacción. Nadie tomaba el timón. Hierro, Nadal y Puyol mantenían el tipo, Juanfran acumulaba errores; Valerón y Baraja se perdían en vanos intentos de querer romper a los paraguayos por el centro de la defensa, Raúl pagaba la incompetencia de sus guardaespaldas y Tristán se ganaba a pulso el olvido. Aires renovados El colegiado egipcio Gandoul mandó a todos al vestuario y ahí fue donde surgió la nueva España. Saltaron los jugadores al campo con el estado de ánimo necesario para afrontar un torneo de altura. De entrada, echaron el balón al suelo, explotaron todos sus recursos y volcaron el choque de su lado. Enchufados a Morientes, a Raúl y Baraja y a la magistral pierna izquierda de De Pedro, la selección conquistó la posesión de forma abrumadora. De las piernas del jugador de la Real Sociedad partieron los dos balones que Morientes clavó en las redes de un Chilavert, que encandila a los aficionados, pero que ya no está para citas de tan alto nivel. Luego vino el gol de penalti que transformó Hierro, y España decidió echar la persiana al encuentro.

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