OPINIÓN Ordoño Llamas Gil
Historia de los cebos (y II)
Todavía corrían los mejores tiempos cuando comenzó la nueva era del vadeador y la mosca seca. La era del especialista esnob (salvo excepciones), generalmente avasallador del centro del río, aprovechador de las echadas de ambas márgenes desde una situación privilegiada, al mismo tiempo que pisoteador de la zona que estaba casi virgen de huellas humanas: el centro del río. En épocas anteriores se vinieron utilizando las alpargatas, las botas de media caña y las botas altas (hasta la ingle), con cuyos procedimientos sólamente se pescaba la parte de orilla que estaba despejada de vegetación u otros obstáculos, y especialmente algunos espacios de la orilla opuesta, sirviéndote las botas altas para vadear por lugares poco profundos, pero casi nunca, salvo excepciones de riachuelos de poco cauce, para transitar por el centro del río, estorbando a los demás, removiendo el lecho y espantando la pesca, como ocurre con el vadeador. En resumen, perjudicando a los pescadores de los demás sistemas. Hubiera sido mas equitativo no haber autorizado para nadie el citado vadeador, que protege con goma o neopreno hasta la altura de las axilas. Ya se comenta que algún espabilado avaricioso, no contento con esta altura (o profundidad), ha probado colocándose un flotador circular bajo los brazos, para no hundirse en el caso de perder pie. No conozco el resultado de esta técnica, pero la intención es evidente. Pues bien, este procedimiento está demostrado ser el más efectivo (legal) de todos los tiempos y, en manos expertas, el sistema infalible para ir exterminando todos los buenos ejemplares en los rincones de las tablas de profundidad media con orillas cubiertas de vegetación terrestre (árboles o arbustos) o acuática abundante (ocas), únicos lugares inaccesibles para casi todos los demás cebos, y donde se cobijaban (además de en los grandes pozos) hasta hace pocos años los últimos ejemplares dignos de parecerse a las fario. Esto, si no tenemos en cuenta que hayan sido arrasados estos lugares con anterioridad por el sistema eléctrico de contabilidad legal (o de furtivismo), en cuyo caso hasta incluso la mosca seca sería una ilusión. Las nuevas generaciones de pescadores se han ido formando, hasta hace apenas un escaso lustro, pasando por todos estos procedimientos, en diferentes porcentajes según el grupo de iniciación, la comodidad o el esnobismo del último grito, lo mismo en cañas (desde la escoba al grafito), carretes (desde el Dorada a los sofisticados modelos actuales), sedales (desde la racina hasta la cola de rata), calzado (desde la alpargata al vadeador), anzuelos, plomadas, flotadores, etcétera, transformando su ideología primera según van adquiriendo experiencia a la orilla del río, y así nos encontramos con que los que comenzaron con cebo natural (más trabajoso y sucio) han ido derivando hacia los artificiales (mucho más cómodos y fácilmente adquiridos con dinero) a través de la cucharilla, la mosca ahogada (al lance ligero) y la ninfa, para terminar definitivamente en la mosca seca, último reducto donde existe la seguridad de poder divertirse picando las escasísimas truchas que quedan en las zonas libres, y los restos de las repoblaciones en los cotos. A cebo natural y a cucharilla los resultados son casi nulos. Sólo las personas realmente muy expertas conseguirán mantener su adicción a estos sistemas. Aparentemente, la filosofía del medio ambiente a seguir, con relación a los cebos, debería haber sido la de ir prohibiendo progresivamente los que perjudicasen en mayor medida al mantenimiento de la población piscícola y que fuesen ciertamente nocivos por su excesiva efectividad, y ciertamente que se acertó con los dos primeros: el gusano de la carne (asticot) y las huevas de salmón, aunque no se consiguió nunca eliminarlos, pues se pesca aún con ellos y se siguen vendiendo. Cuando empezaron a mermar alarmantemente las truchas, comenzó la persecución sistemática de los cebos naturales, presentándolos como letales por la legión de nuevos competidores que, autocalificándose de deportistas, practicaban cómodamente con los nuevos artificios del lance ligero, como la cucharilla y la pluma o mosca ahogada (los de ninfa fueron demonizados de inmediato) y, finalmente, los superespecialistas de la mosca seca. Como quiera que la proporción y las influencias económico-sociales eran tan desiguales (quizá un 20% frente a un 80%) terminaron consiguiendo que fueran prohibidos en casi todos los cotos, parcial (lombriz) o totalmente, sin tener en cuenta que había una limitación de capturas que justificaba la libertad de cebos, y que, además, los pescadores de cucharilla, pluma y seca, conseguían proporcionalmente mas capturas que los de cebo natural en igualdad de condiciones (salvo maestros excepcionales de ambas modalidades), además de picar infinidad de truchas pequeñas (sobre todo a pluma) que no eran devueltas al río y que mermaban considerablemente la población de las mismas, un año tras otro. Sólo con las truchillas que se sustrajeron escondidas en bolsos, bolsas, botas, coches, etcétera, incluso descaradamente en las cestas, se habrían autorrepoblado de una temporada a otra, sin necesidad de tratamientos eléctrico-contables, ni repoblaciones de extrañas truchas que acaban desapareciendo sin dejar rastro. Poco a poco, con el tesón de quienes están convencidos de ser más deportistas y puritanos que nadie, los componentes de la nueva revolución de la mosca seca han ido infiltrando su opinión en las esferas administrativas, donde se dictan las normas para la regulación de la pesca con caña, arremetiendo ahora con saña contra los cebos naturales y la cucharilla, y consiguiendo que en todos los concursos y campeonatos eliminen a los primeros y, sólo en casos excepcionales, autoricen la segunda con un solo anzuelo. Algunos, abanderados del altruismo deportivo de la pesca, pretenden hacer tabla rasa de los pocos cebos clásicos que siguen autorizados para pescar realmente, y conseguir que se dicte una norma general prohibiéndolos, y también la muerte de las piezas pescadas (ahora, después de haber estado y seguir aniquilando con este cebo las pocas truchas que se mantenían en forma durante los últimos años). Parece, por tanto, que nos tocará vivir unos tiempos en que todas las zonas trucheras serán tratadas con el sistema sin muerte, eso sí, con vedados, acotados y zonas libres (distinguiendo categorías y precios), donde sólamente se podrá utilizar como cebo la mosca artificial, y todos los demás quedarán proscritos por su propia inutilidad y por la cebofobia clasista dominante. Sin embargo, habrá que repoblar periódicamente, para evitar su desaparición total ¡Quée contrasentido tan grande! ¿No sería más beneficioso y equitativo autorizar sólo los cebos que no perjudican (los que casi no pescan) y prohibir el resto (las moscas y la lombriz, por ejemplo)? Y, meditando un poco sobre la crueldad del sufrimiento animal, mejor sería imponer la obligación de utilizar sólamente anzuelos sin muerte (incluso en las zonas con muerte) o un alfiler curvado en forma de anzuelo, lo que sería una solución definitiva para el contencioso de los cebos, ya que se podrían autorizar prácticamente casi todos, sin miedo a dañar la cavidad bucal de peces tan apreciados. O también, por qué no, prohibir la pesca con caña y autorizar la contaminación masiva, para compensar. El resto lo harían los furtivos por la noche, cuando todos los guardas son pardos. Sería el momento preciso para contarlas o descontarlas. Ya, pero... ¿y los huevos de oro?