Latinas y norteamericanas asaltan el viejo orden mundial

La instauración de Italia en el cetro universal ha supuesto una amenaza para el viejo orden mundial del voleibol femenino establecido por la superioridad rusa, la ambición oriental y la imaginación caribeña. El triunfo del combinado transalpino y, más aún, la disputa del título ante Estados Unidos, otro país apartado de la tradición del taraflex, aventuran una nueva filosofía y replantean la tendencia de un deporte que hasta Alemania 2002 parecía tener bien claras sus directrices. Luis Felipe Calderón, seleccionador de Cuba, fue el único en advertir, en el arranque del torneo, de la fuerza bruta y la versatilidad que advertían norteamericanos y latinos. Al comienzo de la fase final fue más allá. Italia y Estados Unidos disputarán el título, dijo ante el escepticismo y la incredulidad de los oyentes. «El equipo italiano y el estadounidense son los únicos que han avanzado un paso respecto al resto», argumentó. La velocidad y la intensidad defensiva, basada en una rigurosa precisión en el bloqueo, han sostenido, junto a la dureza mental, la solidez de dos equipos que espectacularmente pujaron por la corona de Cuba y que abrieron un inesperado hueco entre el palmarés mundial, hasta ahora coto cerrado a inquilinos extraños. China ha estado más pendiente de configurar su propio calendario, con la avenencia del sistema de competición, que de ganar los partidos. Cuando quiso darse cuenta, sus jugadoras temblaron ante la posibilidad de perder. Rusia, según los entendidos, está incrustado en el pasado víctima del inmovilismo de un sistema de juego anquilosado que ha echado por tierra un talento natural incomparable. Cuba está para otras cosas. Ocupada en estimular a una generación inusualmente joven para dotar a las promesas del aderezo nutricional competitivo básico para engrandecer de nuevo al voleibol caribeño. Y Japón, el cuarto privilegiado en formar parte del viejo orden jerárquico, asume resignada la crisis que le absorbió desde México 1974.