BOLO LEONÉS
Los bolos y las raíces de la tierra
Vitalino Robles, protagonista de esta historia, ha construido una bolera de ensueño en su casa familiar de Moral de Condado, en un entorno paradisíaco que respeta armónicamente los orígenes agrícola-ganaderos de la ribera del Porma.
Al atardecer, en las postrimerías del verano, emprendimos viaje hacia Moral del Condado, kilómetro 10 de la carretera de Puente Villarente-Boñar. Situado en la margen derecha del río Porma, este pueblo ribereño era la cita obligada para disfrutar de una tarde de bolos. Más que una bolera, lo que Vitalino ha construido en la antigua casa de sus suegros es una especie de «museo bolístico» del arte rural. Los veinticuatro lugareños (incluidos el campeón y subcampeón de España) que nos congregamos en esta bella cancha pudimos gozar del mimado «castro» (fue preciso un vaciado de casi un metro de profundidad para sanear el terreno excesivamente húmedo), escoger entre 220 bolas de todos los tamaños, 8 pisones de mano, rodillo... y toda suerte de aperos de labranza y zonas ajardinadas, para disfrute y solaz en las tardes de estío, hasta bien entrada la noche; y todo ello aderezado con carnes a la brasa y sabrosos caldos como remate vespertino. Nuestro anfitrión protagonista, natural de San Vicente del Condado (apenas tenía que recorrer 3 kilómetros para cortejar a su novia Celia en Moral), irradiaba felicidad por todos sus poros, empeñado por encima de todo en dar satisfacción a sus invitados. Celador, aparte otros oficios, en el ambulatorio de la Condesa hasta su retiro en el año 1997. Septuagenario reciente, es padre de dos vástagos (hijo e hija) y abuelo con un nietecito; su esposa y compañera, Celi, comparte con él su «pasión por los bolos» y se alegra al ver la cantidad de amigos que les visitan en su residencia veraniega de Moral, a la sombra de su «paraíso bolero» en las orillas del Porma. Aunque a él le ruboriza un poco, sabemos que es un «manitas» y que lo mismo se le da la madera que la albañilería (basta con echar una simple ojeada por la hacienda familiar reconstruida con todo tipo de detalles, sin olvidar sus orígenes agrícolas y ganaderos). Pero dejemos que él mismo nos cuente algunas cosas. - Vitalino, ¿desde cuándo tu locura por los bolos? Desde muy niño. Cuando íbamos con el ganado al monte, jugábamos hasta con piedras (en los difíciles años de la posguerra). - ¿Prefieres el juego individual o de partida? (Sabemos que su máximo galardón individual lo obtuvo en el I Trofeo de la Regularidad de 1998, lo que le permitió un viaje de una semana por Italia junto a su mujer). Ya en León, siempre me ha gustado mucho jugar mano a mano (con Pedro «el rubio» y con otros varios); sin embargo, tengo que reconocer que el juego de partida tiene más solera. - ¿Siempre perteneciste al Club Nocedo? No. Al principio, estuve en el club de Millán, el de Campanillas, el Club Crucero. Fue Toño Ordás quien me animó, junto con Conrado Valbuena para pasarnos a la Avda. de Nocedo desde que se fundó este club. Ciertamente, la jugosa velada en la Bolera de Moral me trae a la memoria algunos versos que yo compusiera a finales de los ochenta (y que han sido musicalizados como Himno-romance de Bolos). Como cierre a esta entrevista, me atrevo a entresacar los siguientes: «...la partida está animada/ por gente sana y austera:/ hay quien mira, fuma o bebe,/ cada cual a su manera./ ...La partida ha terminado,/ ya se ha ganado la apuesta;/ se discuten las jugadas/ y pone fin la merienda./ El vino anula rencillas,/ la carne asada, las penas;/ este es deporte que hermana,/ que entretiene, que espolea».