Diario de León

OPINIÓN Miguel Pardeza

Vasos comunicantes

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Parece que el R. Madrid rondó los arrabales más inhóspitos del tedio. Sólo McManaman se sustrajo, sonriente, con esa conformidad de chico bueno inglés, de la atonía de un partido en que el AEK aprovechó todo el tiempo de que dispuso. Sería fácil imputar este empate, que poca incidencia tendrá en la clasificación final, a esa inercia negativa que viene atolondrando a los madridistas principalmente fuera de su estadio. Uno, en cambio, quisiera creer que poco más puede esperarse de esta primera fase de la Liga de Campeones incapaz de sostener un mínimo tono de intensidad deseable. Los buenos se ven tan buenos que a veces se dejan engañar por los malos. Aún así, es el Madrid un equipo ciclotímico, uno de esos que suben y bajan al albur de anécdotas y pormenores no siempre fáciles de desbloquear. Digamos que es una de las características del talento: desconocer los registros de la continuidad a cambio de perderse en inconstancias y vacaciones directamente improductivas. Creo que lo hemos apuntado en alguna ocasión: en la actualidad, los equipos o se construyen con método o lo hacen con magia. La suerte para los grandes pasa por buscar la proporción justa de ambos factores. Pero de momento el Madrid tiene más magia que método. Y en efecto, sus problemas se multiplican cuando el genio decae, se ausenta o logran disuadirlo, de manera que el porvenir debe reflotar apoyándose en el método. Al Valencia le ocurre lo mismo, pero a la inversa: tiene tanto método que cuando le falla se diría que no tiene casi nada. Por eso pudo ganar en Basilea, y terminó cediendo dos puntos ante un once inferior. Son caminos casi opuestos que paradójicamente pueden llegar, como de hecho ocurre, al mismo sitio.

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