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Fútbol | Eurocopa

La España de Luis Enrique, al borde del abismo

La selección española necesita algunos retoques urgentes no solo para el duelo ante Eslovaquia sino para mejorar la imagen de un equipo que, de seguir así, pasará por la Eurocopa sin pena ni gloria. Posesiones abrumadoras, escasez de gol, pocos pero gravísimos errores defensivos y, en general, una agobiante desproporción entre lo que les cuesta hacer daño a sus rivales y lo poco que necesitan estos para hacerles sufrir.

Luis Enrique, lejos de hacer autocrítica, insiste en que el juego de la selección española acabará dando sus frutos. VÍCTOR LERENA

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León

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Luis Enrique reconoció que el partido contra Polonia no le había dejado «las mejores sensaciones». Dicho así, el mensaje del seleccionador tampoco significaba demasiado. Era una obviedad como otra cualquiera.

Ya se sabe que, casi de forma automática, como un acto reflejo de su discurso ante los medios, los entrenadores se refugian en el ancho mundo de las perogrulladas a la hora de hacer declaraciones que incluyan una carga de crítica o descontento hacia su equipo. «Hemos tenido días mejores», tras encajar un 0-8. «Quizá nos ha faltado un poco de puntería», después de desperdiciar treinta ocasiones de gol. Cosas así. Evidentemente, España no ofreció el pasado sábado las mejores sensaciones ante Polonia, pero eso no supondría ningún problema de no ser porque esas sensaciones fueron prácticamente las mismas que ha ofrecido en sus últimos partidos oficiales.

Los duelos de clasificación para el Mundial ante Grecia, Georgia y Kosovo dejaron un retrato poco sugerente de La Roja, incapaz de imponerse con solvencia a enemigos menores y minada por su debilidad en las dos áreas. En la rival, para convertir en goles sus ocasiones y sacar rédito a sus posesiones masivas, muchas veces en torno al 80%. Y en la propia, para impedir que el equipo contrario le haga daño las dos o tres veces que le llega en todo el partido. Hay que recordar que España llegó a esos tres encuentros de marzo escoltada por una cohorte de majorettes después de las fantásticas expectativas que había creado en noviembre con su espectacular 6-0 ante Alemania. Fue una goleada sorprendente.

Al revés. El pasado otoño, la selección parecía encallada, buscándose a sí misma sin encontrarse. Antes del amistoso contra la ‘Mannschaft’, solo había sido capaz de ganar uno de sus últimos cinco compromisos. A Suiza. Había perdido otro, frente a Ucrania, y había empatado tres. Y solo había marcado tres goles. Que de repente sumase media docena fue algo asombroso, hasta el punto de que pareció el hito fundacional de una futura selección campeona. El tiempo ha demostrado que no. Grecia, Georgia y Kosovo bajaron el suflé por las bravas, como lo haría un balde de agua con hielos. La esperanza, por tanto, era que La Roja despertase en la Eurocopa y por lo visto no es así. El juego, los resultados y las estadísticas ante Suecia y Polonia son un calco de lo visto el pasado otoño, cuando se encendieron las alarmas. Posesiones abrumadoras, escasez de gol, pocos pero gravísimos errores defensivos y, en general, una agobiante desproporción entre lo que le cuesta al equipo hacer daño a sus rivales y lo poco que les cuesta a estos hacerle sufrir.

Los interrogantes

Llegados a este punto solo queda reaccionar. Los interrogantes que plantea esta selección talentosa pero demasiado tierna son de sobra conocidos. Llevamos semanas hablando de ellos. Ahora, tras el empate con Polonia, es decir, producto de la situación de emergencia en la que se encuentra ya que no queda margen de error, ha surgido otro que tiene que ver con Luis Enrique. ¿Introducirá cambios? El miércoles lo sabremos.

Lo cierto es que no es fácil hacer pronósticos al respecto dada la personalidad rocosa del asturiano y de su manifiesta felicidad ante el trabajo —«espectacular» según él— de sus pupilos. Desde fuera, sin embargo, la impresión es que La Roja necesita algunos retoques urgentes. Y no tanto para cumplir con la prioridad inmediata de ganar a Eslovaquia, que también, sino para mejorar a un equipo que, de continuar así, pasará por esta Euro sin pena ni gloria.

Por supuesto, no se trata de plantear un cambio de estilo. El problema no está ahí. Al contrario: España debe perseverar en él porque se trata de una de sus grandes fortalezas. La idea de Luis Enrique no se discute: quiere conjugar las virtudes técnicas de sus jugadores con un gran dinamismo en el juego y la mayor voracidad posible en la presión. Cuando la selección completa ese círculo ideal puede llegar a jugar tan bien como cualquiera. O mejor. El problema está en las piezas, en los protagonistas, en los elegidos para saltar al campo en el once inicial. Esta es la cuestión candente sobre la que se discutirá al menos hasta el miércoles.

Algunos debates ya están en todos los corrillos. La posición de Marcos Llorente en el lateral derecho, por ejemplo. Si España estuviera sobrada de gol, podría ser un lujo asumible. Estando como está, perder buena parte de la capacidad destructiva del futbolista madrileño en el frente de ataque se antoja una temeridad. Por no hablar de que adelantar a Llorente supondría dar la titularidad a Azpilicueta, un jugador con tablas, competidor extraordinario, que sin duda daría a la línea defensiva una mayor consistencia; algo que también es urgente visto lo visto, sobre todo pensando en futuros enfrentamientos ante rivales de mayor enjundia.

Si Suecia y Polonia te han hecho tanto peligro con tan poco, los grandes con mucha más pólvora podrían hacer un estropicio.

Otros cambios pueden ser puntuales, simples rotaciones. Jordi Alba, por ejemplo, no está para jugar muy seguido y lo demostró contra Polonia. La opción de Gayà puede ser buena. Otras variantes posibles afectan al centro del campo. Hablamos de futbolistas como Rodri, muy poco protagonista en un equipo que carga siempre el juego hacia las bandas, o de Pedri.