OPINIÓN Miguel Pardeza
Verdades relativas
En una semana revuelta, minada de broncas y sermones, el Real Madrid se enfrentaba con el Depor no tanto para disputarle tres puntos como para recuperar una poco de audiencia, muy menoscabada por sus últimas derrotas, y disuadir a esa legión de dogmáticos que le surge cada vez que a sus estrellas les entra una tristeza insoportable. En medio de la cacareada crisis, ha habido reacciones para todos los gustos. A veces pasa, a veces no, pero lo cierto es que esta vez tocó así. Bien es verdad que en torno al Madrid existe una suerte de dictadura informativa que lo mismo impone reverencias que expande censuras con idénticos resultados de patetismo y ridiculez. Pero desde luego, es una fantástica mentira y un abuso de poder pensar que a uno del Celta o a uno del Atletic les importa más un estornudo de Zidane que la hecatombe del equipo de sus colores. No es así, por más que nos lo quieran hacer creer. El caso es que el partido en Coruña se presentaba envenenado, y por lo que pudo verse, el veneno era de efectos paralizantes. Por mucho equilibrio que ganara el Madrid con Solari, su carta se basó en una íntima e inconfesable renuncia. Circunstancia esta que no acertó a aprovechar el Deportivo, seguramente escarmentado de las hipotéticas depresiones madridistas, esas mismas a cuenta de las cuales, todos los años, los devotos de turno nos enteran de que el club de Florentino está obligado a rayar en una perfección idealizada que sólo existe en sus deseos. El partido fue malo, pasado por una lluvia insistente que vino a poner una nota húmeda a unos rivales que se cohibieron destemplados y remisos ante la ambición de ganar sin contemplaciones. No atinaron los de Irureta, y no sabemos si no pudieron o no quisieron los de Del Bosque. Sí nos quedó, contra el refranero, la certeza de que más vale cien pájaros volando que uno en la mano; o, lo que es lo mismo, que más vale morir soñando que vivir para siempre penando. He dicho.