OPINIÓN Miguel Pardeza
El clásico y la historia
La manipulación de la realidad no suele acarrear sino equívocos delirantes, cuando no generar un magma de violencia gratuita rayana en la barbarie. El famoso clásico viene siendo uno de esos fenómenos manufacturado desde la histeria, a partir de rivalidades provincianas que no siempre se corresponden con la situación de los dos equipos. Escarbar en la historia y en la sociología para explicar el clima de exacerbación de estos partidos se antoja a estas alturas un vicio argumentativo de gente perezosa o trasnochada que sigue agarrándose a los agravios geográficos y políticos como única forma de entender las relaciones humanas. Ante esta última edición del Barcelona-Madrid, casi nadie había reparado en el colosal hecho de que el primero anduviera el décimo en la clasificación, y el segundo, el quinto; datos nada ingenuos que podían habernos puesto en aviso de lo que íbamos a ver. Lo que se dice jugarse algo, ninguno tenía más en disputa que los tres puntos consabidos. Y sin embargo, a lo largo de esta semana hemos tenido que poner cara de asno por el estruendo informativo desatado en torno a un enfrentamiento que, en efecto, estuvo futbolísticamente al nivel pordiosero, timorato y embrutecido que indicaban esos puestos ramplones. El juego del Barcelona se basó en la vieja fórmula de orden más disciplina, lo que no está nada mal si no fuera porque ese orden pretendido chocó frontalmente con las características de sus jugadores. El Madrid, sin Ronaldo, pero sobre todo sin Zidane, ocupó por propia voluntad un lugar secundario en la fiesta y arrinconó su estilo de anarquía más audacia por ganar un poco de coherencia. Y entre la terquedad táctica de los catalanes y la restricción individual de los madridistas discurrió este clásico en el que lo importante fueron los córners de Figo y un parón de quince minutos provocado por los gamberros de turno. Grandes incidencias, como se ve, que sirvieron para llenar los telediarios, no para entretener al espectador civilizado que esperaba mucho más de este enésimo y desabrido duelo.