OPINIÓN Miguel Pardeza
Otra Italia diferente
Rui Costa demostró que no es blanco todo lo que reluce en el Real Madrid. Que ahí se reúne un elenco de los mejores jugadores del mundo, no cabe la menor duda. El Madrid, incluso cuando juega a no ser el Madrid, deslumbra como la única entidad capaz potencialmente de dominar a voluntad su propio destino, como si realmente tuviera una serie de potenciales que escapan al ojo del resto de los observadores del mundo entero. Las demás formaciones siempre dan la sensación de que necesitan que se conjuren varios factores internos y externos para que les sonría la suerte. Pero con ser todo esto cierto, no lo es menos el hecho de que los madridistas, llevados de su incontestable superioridad, transigen, en épocas de infertilidad, con retóricas empalagosas poco o nada traducibles a datos eficaces. No fue esto lo que ocurrió con exactitud en San Siro, sino que frente a él se encontró a un Milán que, por lo visto, parece decidido a dar carpetazo a esa próxima y lamentable estética de que la fealdad es el camino más seguro a la victoria. Ver en una misma alineación a Rivaldo, Seedorf, Shevchencko y Rui Costa es un desafío al aburrimiento. Una invitación a tirrase en el sofá de mala manera y a dejar pasar el tiempo simplemente para que las cosas vayan transcurriendo poco a poco. Si el Madrid no ganó o, por lo menos empató, se debió a que vive sumido en un letargo goleador tanto más inexplicable cuanto es precisamente su llegada al gol lo que le ha salvado de infinitas ruinas. En busca de una explicación habría que mirar a Raúl, a quien los problemas físicos es posible que le tengan anestesiado su instinto, y también a Morientes, en cuyo raro destierro se antoja difícil encontrar la necesaria motivación, y, por qué no, a Guti y Ronaldo, que no estuvieron presentes por distintos motivos. Zidane y Figo no cuentan, porque su misión es más de creación que de culminación. Pero, contra el resultado, nos quedó, eso sí, la impresión de haber recuperado a una Italia de la aspereza y la hosquedad, y de habernos reconciliado con un Madrid que volvió a darnos su mejor versión, por mucho que no acertara frente a Dida.