Poco que contar

Hay partidos tan grises, con tan poca historia, que casi no parecen un partido, sino una aburrida cita del calendario que resulta imposible eludir. Claro, que esta puede ser una impresión muy subjetiva, y que los jugadores y entrenadores tengan un sentimiento totalmente distinto. Tal vez, el fútbol también sea interpretación y voluntad, o que no tenga una sola esencia, y que por lo tanto pueda hablarse de tantos partidos como protagonistas y espectadores estuvieron implicados en él. En estas minucias, imagino que con escaso fundamento, me entretenía el sábado mientras intentaba engancharme al partido que jugaron Osasuna y Atlético de Madrid. Los puntos eran importantes, porque todos lo son, pero es que además, para los locales suponían un respiro en su lucha por alejarse de la zona de descenso, y para los visitantes un paso clave para alcanzar un puesto de Liga de Campeones. Pero ni siquiera esa trascendencia valió para realzar un juego afeado de pases al contrario y acciones cuya consigna principal era la de correr primero y pensar después. En esta estética desarbolada, lo mejor lo puso Osasuna, gracias sobre todo a que Alfredo, Moha, Rivero e Iván Rosado supieron aprovechar la distancia que imprudentemente se abría entre Movilla y Albertini y los hombres más adelantados. Se diría que el partido no les iba a los de Luis Aragonés, que no atinaron a meterse en la dinámica propuesta. Prácticamente, se quedaron inéditos en Pamplona, y ni Fernando Torres apareció por ningún lado, ni ninguna de las maniobras que se idearon para enmendar aquel letargo condujo a nada positivo. En ese escenario de jugadores despavoridos, uno sí tuvo la sensación de que este Osasuna, con acento mexicano, se ha convertido en un equipo algo más paciente, que no duda en malgastar un segundo a la espera de que se presente la decisión más adecuada. Al final, Gil reconocía que el fútbol no es sólo millones. Y puede que no le falte razón, aunque es mejor pensar eso cuando se tienen.