OPINIÓN Miguel Pardeza
El Rayo
En el mapa futbolístico, el Rayo ocupa una provincia septentrional, algo olvidada, pero alicatada de ciertos rasgos que la hacen pintoresca. Uno de ellos es la figura de su presidente, que no es un hombre, sino una mujer, Doña Teresa Rivero. El tener a una mujer al frente de un club representa un desafío a la misoginia venial que ha regido en el fútbol. Su papel no es nada fácil, porque el Rayo es de esos equipos nacidos para sobrevivir, con un presupuesto inflacionista, una afición entusiasta pero escasa y su condición de tercer equipo de Madrid. Uno se pregunta cómo puede mantenerse un club en estas coordenadas donde todo parece jugar en contra. De la misma manera, ser jugador del Rayo es una seña de identidad que ha podido merecer la atención trovadoresca de un Sabina, tan proclive a la cotidianidad periférica. Este sábado y después de una semana movida en la que el nombre de Vázquez fue traído y llevado por el corredor de la muerte, se enfrentaba al Barça; no a un Barça cualquiera, sino a uno desconchado, con insumisiones internas y perdido en el bosque oscuro de la despersonalización. Y con Vázquez en la grada mordiéndose las uñas, el Rayo puso en evidencia lo mal que están las cosas por la ciudad condal. Tanto es así, que en la rueda de prensa posterior al partido, Val Gaal hacía declaraciones en un tono apacible, como si la resignación fuera superior a su habitual altivez dialéctica. El análisis del entrenador holandés omitió referirse a la razones de que su equipo carezca de profundidad, de que su posesión de la pelota no conduzca a nada conocido y a que la apuesta por Gabri como central tenía el inconveniente de los balones aéreos como muy bien descubrió Bolo en el gol rayista. Por méritos, el Barcelona no debió de perder nunca ese partido, pero su juego resultaba más frío que cálido y más racional que pasional; es decir, daba la impresión de que jugaba con un revoltijo de ideas. Justo lo que sí puso el Rayo para ganar tres puntos desmesurados por merecimientos, pero legítimos y honrados como sólo los equipos pequeños saben y tienen que hacerlo.