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MOTOCICLISMO | AVENTURA

Jesús Nieto, el Marco Polo moderno en la ruta de la seda

El aventurero leonés visita «la cuidada Khivá hasta la gran Bukhara pasando por la joya de la corona, Samarcanda»

Jesús Nieto durante una de las paradas en el Puerto en Kirguistán para descansar las piernas antes de proseguir la ruta. DL

León

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El aventurero leonés Jesús Nieto continúa su viaje en moto que le lleva hasta la mítica carretera de los huesos en Rusia, entre otros destinos.

La siguiente etapa del viaje de Jesús Nieto comenzó en Astracán, en plena desembocadura del Volga, «siendo devorados por una nube de mosquitos que te rodea cada vez que estás quieto más de 10 segundos haciendo insoportable cualquier actividad cotidiana», manifiesta el aventurero leonés.

A continuación, explica: «Los lugareños se lo toman con tranquilidad, diciendo que sólo es el mes de junio. Luego desaparecen. En estas condiciones cruzamos la frontera con Kazajstán que por suerte no nos llevó más de una hora. De allí a nuestro destino fueron unos 300 kilómetros, que ya tuve el dudoso placer de recorrer en 2016 y que, exceptuando los primeros 30 kilómetros, el resto es siete años más deplorable de lo que ya era antes. Bordeando el mar Caspio y una infinidad de pozos petrolíferos llegamos a Atyrau, famosa también por su magnífico caviar. Al siguiente día la intención era llegar lo más cerca posible de la frontera uzbeka. Gracias a dios la carretera debe haber sido asfaltada en los últimos años y está en perfectas condiciones, pero eso no salva que en 400 kilómetros se puedan contar las curvas con los dedos de una sola mano. No es lo más apasionante para un motero. Aprovechamos para hacer unas fotos a la increíble cantidad de camellos y dromedarios que vagan por aquel basto desierto. Conseguimos cruzar la frontera ese mismo día tras tres horas y nos fuimos a descansar», señala Jesús Nieto».

Gasolina de 80 octanos

«La ausencia total de gasolineras nos obligó a comprar garrafas a gente de algunos puestos»

Ya a la mañana siguiente, el aventurero leonés relata: «Nos levantamos con la intención de ir a Muynak, antigua ciudad costera del mar de Aral. Lo que en principio iban a ser 300 kilómetros de tediosa recta hasta el desvío a dicha ciudad se convirtieron en un infierno de ‘carretera’, que no había sido tocada desde que la construyeron en la época soviética con boquetes como si la hubieran bombardeado. Tramos tan rotos que compensaba ir por caminos paralelos llenos de arena y polvo, manteniendo una media de 40 kilómetros por hora, con un calor tórrido y soportando todo el polvo que levantaban camiones y coches a los que adelantábamos. Una auténtica prueba de resistencia para máquina y piloto. Y para rematar una ausencia total de gasolineras que nos obligó a comprar gasolina de 80 octanos de contrabando que te vendían en garrafas la gente en algunos puestos. Uzbekistán tiene un serio problema con el estado de sus carreteras y con la falta de gasolineras. Pese a todo llegamos a la ciudad ya de noche y a la mañana siguiente al amanecer fuimos a ver lo que fue la orilla del Mar de Aral. Es impresionante ver las consecuencias de una decisión tan arbitraria como fue la de desviar los dos ríos que llegaban a este mar en los años 60 para poder regar campos de algodón soviéticos».

El mar de Aral

«Lo que antes era la costa de una próspera ciudad pesquera ahora sólo se ve un desierto»

«Lo que antes era la costa de una próspera ciudad pesquera ahora sólo se ve un desierto de arena y matojos con decenas de barcos varados en el fondo. Un corto paseo entre alguno de estos barcos y la cantidad de conchas que hay por la arena del suelo te recuerda que estas caminando por el fondo de lo hasta hace 60 años atrás era un mar».

Un cartel que hay en uno de los rincones de la plaza de Grozni. DL

«Tras esta experiencia los siguientes cuatro días los dedicamos a visitar las tres principales ciudades de la ruta de la seda y cuáles Marco Polo modernos viajamos de la pequeña y perfectamente conservada Khivá hasta la magnífica Bukhara y finalmente a la joya de la corona, Samarcanda. Tras ponernos en la piel de esos auténticos aventureros que eran los que hacían esta antigua ruta comercial, continuamos hacia la capital de Tayikistán para solicitar el permiso para cruzar el Pamir, cambiar el aceite de la moto de mi compañero Lorcho y arreglar una preocupante falta de potencia de mi KTM, que finalmente era un filtro de combustible saturado de la porquería de las gasolinas de Uzbekistán. Tras arreglarlo todo partimos hacia el comienzo de la carretera del Pamir por una ruta que nos recomendó el dueño del taller que resultó ser una pista de 250 kilómetros en un estado lamentable, teniendo que vadear pequeños pero profundos riachuelos y un puerto de más de 3.000 metros de altura con bastantes tramos de barro».

Jesús Nieto, delante de la plaza principal de Grozni. DL

Después de todo este trayecto, Jesús Nieto y su compañero Lorcho exponen: «Tras nueve horas conseguimos llegar al pequeño pueblo de Khalaikum, de donde al día siguiente debíamos partir a las 5 de la mañana, puesto que la carretera está en obras y hay tramos que solo dejan circular unas pocas horas al día. Sin poder dormir, pese al cansancio por las constantes explosiones que se oían por el valle de madrugada fruto de las voladuras de roca para la ampliación de la carretera y sumado a una noche de continuas tormentas en la región, nos levantamos antes del amanecer y salimos en dirección a Khorug, a unos 260 kilómetros. Tras llenar los depósitos y bajo una cantidad buena cantidad de lluvia empezamos la ruta del día y tras sólo 25 kilómetros que nos llevaron prácticamente una hora de patinazos en el barro y charcos que cubrían toda la carretera nos enteramos de que las obras duraban todo el tramo hasta el destino y de que era muy probable que haya habido corrimientos de tierra en la montaña que imposibiliten durante varios días el llegar hasta Khorug. Ante semejante perspectiva aceptamos la derrota, dimos la vuelta y volvimos a Dushanbe, la capital, por la otra ruta que es todo asfalto».

El siguiente objetivo

«Recorrer durante unos días la región de Altay y luego afrontar otro gran reto, ¡Mongolia!»

«Ya de camino nos encontramos con dos corrimientos en la carretera que la dejaban cubierta en un caso de piedras y rocas y en el segundo de un barro fino con pequeñas piedras que nos costaba cruzar una barbaridad. En la otra orilla del río, la que corresponde a Afganistán, fuimos testigos de como un desprendimiento se ha llevado consigo el único camino que tenían por allí y decenas de afganos se afanaban con sus manos para tratar de volver a hacerlo practicable».

«Descartado el Pamir, el próximo destino fue Kirguistán pero a causa de una disputa territorial y algunos enfrentamientos con muertos en la frontera con Tayikistán no se podía cruzar directamente. Así que toca volver a Uzbekistán y desde allí ya sin problema pudimos entrar y tras una amigable charla con un oficial de fronteras nos comentó que en ocasiones a los extranjeros si se les dejaba cruzar. Así que desde la ciudad kirguisa de Osh decidimos arriesgarnos y nos hicimos 250 kilómetros hacia el sur subiendo algunos impresionantes puertos de casi 4.000 metros de altura hasta llegar al borde con Tayikistán, donde intentamos cruzar y el militar de turno nos indicó que necesitamos un permiso especial del Ministerio de Turismo, o algo así. Pero su insistencia en saber si llevábamos euros o dólares me indicaba claramente que lo que quería era un buen soborno. Así que con la rabia de estar a menos de 50 kilómetros del lago Karakol y del paso de Ak-Baital con sus impresionantes 4.622 metros y rodeados de la magestuosa cordillera del Pamir aceptamos esta segunda derrota y volvimos a Osh. La meteorología, la burocracia y la corrupción han podido con nosotros. Tras esto nos divertimos unos días recorriendo Kirguistán y subiendo y bajando puertos increíbles y tras una corta visita a la capital continuamos hasta Almaty, Kazajstán».

«La siguiente parte de la aventura consistirá en cruzar el oeste del país dirección norte, volver a Rusia donde pasaremos unos días recorriendo la región de Altay y luego el siguiente gran reto, ¡Mongolia!».