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Jesús Nieto lleva a León en su vida de nuevo nómada

El aventurero leonés llega a Kazajistán y recorre la Mongolia hasta el lago Baikal

La orilla del lago Baikal sirvió de despedida de Jesús y Lorcho. DL

León

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El aventurero leonés Jesús Nieto González descubrió una forma diferente de viajar. Sigue descubriendo lugares impresionantes en una ruta que continúa su itinerario. «Estamos al este de Kazajstán bajo un sol abrasador por una zona sin prácticamente ningún interés durante algo más de 1.200 kilómetros. Nuestro siguiente destino a visitar era, tras cruzar la frontera rusa otra vez, la región de Altay. Esta impresionante zona de Rusia está llena de bosques, montañas y valles que me recordaron ligeramente a Picos de Europa», expresa Jesús Nieto.

A continuación mantiene: «A pesar de disfrutar de esta turística zona y de sus bien asfaltadas carreteras la siguiente parte del viaje nos iba a sumergir en el auténtico significado de la palabra aventura. El cruce de la frontera con Mongolia fue bastante curioso pues un puerto de montaña de unos 2.400 metros de altura separa ambos países. Después de las tres horas de rigor para cruzar, cambiar algo de divisa y hacer el seguro de las motos, nos dirigimos a la ciudad más cercana, Ulgii, a buscar alojamiento y comida. Aprovechamos para dormir en una Yurta mongola, la vivienda típica que usan allí los nómadas. Al día siguiente por la mañana comprobamos que no había luz y tras preguntar nos dijeron que los cortes eran continuos pues la energía provenía de Rusia y estos la cortaban a placer. Tras encontrar una gasolinera que tuviera generador conseguimos llenar los depósitos y poner rumbo a la capital, a 1.700 kilómetros. Mongolia es un país tres veces más grande que España, con pocas y muy malas carreteras y con una población de tres millones de habitantes, de los que más de la mitad viven en la capital. Durante tres jornadas recorrimos oeste y centro del país prácticamente solos, en una bella pero al final monótona travesía a través de unos enormes valles con grandes montañas a ambos lados, y nada más que una inmensa llanura con apenas pasto en la que pacían por miles camellos bacterianos y el gran símbolo de la nación, el caballo mongol».

Prosigue: «Visitamos Karakorum, la antigua capital del imperio mongol en el siglo XIII y las dunas de Elsen Tasarkhai, también llamado el ‘Pequeño Gobi’. Durante esos días nuestra preocupación por la situación en Rusia, a donde debíamos volver para regresar a España, fue en aumento ante el intento de golpe de estado de los mercenarios del grupo Wagner. A pesar de estar nosotros a miles de kilómetros de Moscú, las noticias del avance de los mercenarios nos hacían temer por un cierre de fronteras que nos dejara tirados en Mongolia sin opciones. Por suerte al final la rebelión fracasó y nuestras cabezas se podían centrar en lo importante: gasolina, comer y dormir. Por fin llegamos a Ulan Bator y como desde que salí de León había recorrido ya poco más de 15.000 kilómetros tocaba puesta a punto de la moto. Tras un cambio de aceite y de la rueda trasera la moto ya estaba lista para la etapa más complicada de todo el viaje, pero antes de eso fuimos a las afueras de la ciudad a conocer el monumento a Gengis Khan. Es la mayor estatua ecuestre del mundo y, aunque abuso del término, totalmente espectacular. Y no es para menos pues fue el mayor conquistador que ha conocido la historia».

«Al día siguiente cruzamos por tercera vez la frontera rusa y está vez sí nos tocó interrogatorio por parte de una persona vestida de civil pero que apostaría que era del FSB (antiguo KGB) que nos acribilló a preguntas del tipo ‘a qué nos dedicábamos’ o ‘cuánto ganábamos y exactamente qué ruta seguíamos’. Tras 20 minutos así, simulando un mal inglés para no alargar la cosa, cruzamos y nos dirigimos a Ulan Ude. Al día siguiente llegó un momento muy especial pues mi querido amigo y compañero de fatigas José Luis Ferreiro ‘Lorcho’ se separaba de mí e iniciaba la vuelta a casa. Para la despedida decidimos escoger un magnífico escenario, la orilla del lago más grande del mundo, el Baikal. Tras comer y con lágrimas en los ojos nos dimos un abrazo y nos deseamos suerte mutua en lo que restaba del viaje. Hasta aquí habían sido prácticamente 16.000 kilómetros de buenos y malos momentos juntos, pero lo más importante es que lo habíamos logrado».

Jesús Nieto afronta la aventura en solitario: «De ahora en adelante partía solo hacia el lugar más remoto al que se puede llegar por carretera en Rusia y necesitaría toda la fortaleza y la suerte del mundo. Mi primera parada importante era Yakutsk, una de las pocas ciudades construidas sobre permafrost y la más grande de todas. Los 3.000 kilómetros que separaban el Baikal de dicha ciudad los recorrí con facilidad en cuatro días. Aquí las distancias son arena de otro costal, no acabas de acostumbrarte a la inmensidad y lo poco poblada que está esta parte del mundo. Por suerte la carretera no presentaba problemas, era muy entretenida, y la total ausencia de policía me permitía circular con algo más de alegría de la permitida pero siempre con mucha concentración, pues la conducción de los rusos deja mucho que desear. Ya hacia el norte es curioso cómo hay grandes tramos donde la carretera está completamente ondulada debido también al permafrost y a las brutales diferencias de temperatura entre el invierno y el verano. Apenas unos 100 kilómetros antes de llegar hubo un momento en el que el termómetro marcó los 37° de temperatura y se que aquí en invierno se han llegado a alcanzar temperaturas por debajo de -60° lo que da un diferencial térmico de 100°, y no hay carretera que soporte eso sin deformarse», manifiesta Jesús Nieto.

Nieto relata: «Tras cruzar el inmenso río Lena en ferry llegué por fin a Yakutsk, capital de la República de Sajá, la entidad autónoma más grande del mundo. Un día de descanso visitando el museo del Mamut y la ciudad vieja construida en madera, aparte de refrescarme en las frías aguas del río para combatir las altas temperaturas, y otro día de preparativos para el último objetivo, la Carretera de los Huesos. También llamada Kolymá Highway se trata de una carretera que une la ciudad de Yakutsk con la de Magadan, en la costa del mar de Ojtsk. Se empezó a construir en 1932 por orden de Stalin con mano de obra de los prisioneros del gulag de Sevvostlag y posteriormente de todos los de la zona de Kolymá. Con inviernos a -60° y unas condiciones de trabajo infames se calcula que cada metro construido costó la vida a un prisionero».

«Llamarla carretera es un eufemismo pues la casi totalidad de sus 2000 kilómetros de longitud son una pista de tierra en ocasiones en un estado deplorable que ponen a prueba a vehículo y conductor. Con semejantes características solo la transitan los especialmente preparados camiones rusos que llevan equipos a las muchas minas de oro que hay por la zona y los pocos que viven y trabajan por aquí. Sabiendo esto y tras apretar todos y cada uno de los tornillos de la moto y llenar la bolsa de combustible extra, crucé el río Lena otra vez y tras la foto de rigor al comienzo de la carretera puse el cuentakilómetros a cero y comenzé la ruta», señala Jesús.

«El asfalto desapareció al poco tiempo de empezar y apareció la pista para mi sorpresa en un estado sorprendentemente bueno que me permitía rodar bastante rápido. Un error que pudo ser fatal ya que poco después había un socabón lleno de tierra fina que me comí casi a 90 kilómetros por hora y que me hizo salir volando. Por suerte evité la caída y aprendí la lección. Aparte de los recurrentes socabones, los tramos de tierra suelta eran muy numerosos y con una moto tan pesada el control es muy difícil. Por suerte no había llovido nada días atrás puesto que si en seco es difícil, cuando llueve se forma un barrizal que haría imposible siquiera intentar circular por allí. Conseguí llegar a orillas del río Aldan, donde hay un ferry esperando a estar completo para cruzar a la otra orilla. Tuve la mala suerte de llegar de los últimos y cuando desembarcó salieron varios camiones y todoterrenos delante mía y tras varios intentos de adelantamiento llegué a la conclusión de que era inviable, pues la cantidad de polvo que levantaban era tan grande que no se veía absolutamente nada a más de tres metros de distancia. Sin otra opción, paré durante casi cuarto de hora hasta que todo el polvo fue asentando y continué hacia mi destino esa noche, el pueblo de Khandyga. Por suerte había gasolinera para llenar pero no hotel o restaurante. Así que tras pillar unas latillas y agua en un pequeño supermercado puse mi tienda de campaña a orillas del río y tras meterme dentro para escapar de los mosquitos que saturan toda la zona me dispuse a descansar. Los siguientes días fueron similares, pasando tramos bastante buenos y algunos totalmente destrozados, buscando gasolina como si fuera agua en el desierto, luchando contra los mosquitos y haciendo alguna visita como por ejemplo a la ciudad abandonada de Kadykchan, que quedó vacía al cerrar las minas e industria cercanas».

Jesús Nieto comenta sus reparaciones en pleno trayecto: «El tercer día, haciendo un revisión rutinaria a la moto descubrí que el soporte del tubo de escape se había roto y que estaba colgando. Por suerte con alambre y cinta americana pude arreglarlo y continuar, pero te lleva a pensar que si te quedas aquí tirado tienes un problema muy serio. Poco a poco fui avanzando kilómetros y al atardecer del cuarto día cuando me encontraba a apenas 100 kilómetros de Magadan volví a ver asfalto debajo de mis ruedas y empecé a ser consciente de que lo había conseguido. Finalmente llegué a la ciudad y lo primero fue ir a visitar el monumento en honor a los millones de prisioneros que murieron en los gulags de la zona. Situado en un pequeño monte con la ciudad a sus pies. Es el sitio perfecto para finalizar la hazaña de recorrer la que para mí es la carretera más dura del mundo en solitario y sin apoyo de ningún tipo. Después de 22.000 kilómetros y estando en la otra punta del mundo ahora ya solo me queda volver a casa». La aventura sigue.