Fútbol | Eurocopa 2024
La fe ciega en Dios de Rodri y Luis de la Fuente
Tanto el seleccionador como el MVP de la Eurocopa hablan sin tapujos de cómo sus creencias ayudaron a lograr el título
Dicen que la fe mueve montañas, que quien la posee conoce el verdadero conocimiento del significado de la vida humana y que aquel que la pierde, no puede perder ya nada más... «Soy creyente y tengo mucha fe. Me da tranquilidad saber que tomo decisiones con el apoyo de Dios». Así, sin tapujos, se ‘confesó’ Luis de la Fuente ante el mundo en la rueda de prensa previa a la final de la Eurocopa. Una respuesta sincera y despojada de cualquier complejo que provocó el silencio más absoluto entre los cientos de periodistas presentes. «Usted se persigna siempre...», —comentó Helena Condis en su turno de pregunta— a lo que el seleccionador español contestaba que huye de cualquier superstición. «Yo rezo todos los días. No me pongo una camisa amarilla el día que gano. Si rezo hoy y mañana, lo he hecho durante muchos años».
Un don el de la fe —por cierto— que ni se compra, ni se vende, ni tampoco se conserva así sin más. «Se puede transferir», aclara el máximo responsable del banquillo de una selección en la que pocos creyeron. Yo tampoco. De la Fuente sí. Desde el principio. Desde antes incluso de hacer pública la lista definitiva, esa que todos los ‘entrenadores’ que llevamos dentro criticamos hasta la saciedad por muchas ‘presencias’ y algunas ausencias. «Como soy libre y puedo elegir lo que creo que tengo que hacer, desde mi inteligencia y mis experiencias, me invitan a creer en Dios, que me aporta mucha seguridad y fortaleza», insiste.
Un Dios —el del riojano— al que también recurre el elegido como mejor jugador de la Eurocopa. «Es increíble que esta generación hayamos puesto a España ahí. En la vida y en el fútbol, cuando haces las cosas bien, Dios te lo paga», dijo Rodri Hernández mandando un beso al cielo. «Hemos hecho historia. Hemos batido a cuatro campeones del mundo del tirón. Posiblemente sea el trofeo más difícil que ha ganado España». Los dos —profesor y discípulo— consideran que existe una ‘fuerza superior’ capaz de echar una mano cuando peor se ponen las cosas.
Y para España el camino hacia la gloria pintaba bastante feo sobre el papel. Los gurús alargaron su particular visión sobre el futuro de la Roja hasta cuartos. Ese era el tope. Los pecados —propios y ajenos— hicieron que se lanzaran las piedras sin piedad por aquello de poner la venda antes de curar la herida. El par de trofeos continentales consecutivos y el Mundial de Sudáfrica no bastaron para ‘exorcizar’ los demonios patrios. Demasiadas decepciones hasta ese bendito 2008 y no pocas después de 2012. En el fondo, la mayoría de mortales se mentalizó de que quizá nunca volvería a ver levantar un título al combinado español.
La exhibición frente a Croacia en el debut fue tildada de espejismo a pesar de que jugaron como los ángeles. Y lo mismo sucedió tras ‘bailar’ a la hasta entonces vigente campeona de Europa. Ya en ese momento, con su equipo clasificado de forma matemática para octavos, a De la Fuente le tocó torear a otro miura recordando que «había pocas selecciones tan buenas como España». No, no fue soberbia. Fue fe en lo que se veía y en lo que solo él podía admirar.
Mientras, Rodri llevaba la procesión por dentro. Cada palabra suya bastó para sanar a los que todavía no se habían subido al barco. «Es increíble que hemos puesto ahí a esta generación. Se hablaba de otras anteriores, nos marcaron el camino y al final somos campeones», concluyó nada más de culminar la obra maestra frente a Inglaterra. Su único desliz —fruto del jolgorio del momento— el grito de ¡Gibraltar español! que hasta Morata le recriminó.
Sin ruidos ni protagonismos ególatras, el rebautizado como ‘Luis de la cuarta’ se fue cargando de razones a medida que sus pupilos avanzaban rondas. Nadie proponía el fútbol de España. Todos los países empezaron a temer cruzarse con ellos en el camino. Alemania, la única que se les parecía en esencia, pagó los platos rotos delante de su afición. En una cuadratura del círculo perfecta, Merino cabeceaba a la red un tanto para la historia en el mismo escenario donde su padre —33 años antes— había anotado con Osasuna. Casualidad o causalidad, depende del prisma con el que se mire. Luego, en semifinales, le tocó el turno a la subcampeona del Mundo y para enrevesarlo más, si cabe, el crío de 16 años salido de la cantera blaugrana obró el milagro merced a un disparo más divino que humano que heló a los franceses.
Y ya en la bendita final, unos pocos centímetros dieron por bueno el remate de Oyarzabal cuando media España temblaba de nervios y la otra miraba al cielo por si aquella fe de Rodri y De la Fuente echaba un último cable. Lo demás es historia. ¡Dios salve a la reina de Europa!