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Los «indios» y «pardos» hacen famoso a León por su valor para la pesca

Gallos de buena pluma

Cerca del río Curueño se crían los mejores gallos de pluma. Campohermo, La Cándana, Aviados... son pueblos en los que se producen los «indios» y «pardos» que han hecho famosa

Publicado por
Pedro Vizcay - LEÓN.
León

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Cuando aún faltan varias semanas para que se inicie la temporada truchera, los pescadores deportivos comienzan a revisar sus equipos, a clasificar sus moscas y a reponer las que se han ido perdiendo o deteriorando a lo largo de la anterior campaña. Son ya cientos los aficionados a la pesca con mosca que han aprendido a confeccionar sus imitaciones y de ello dan fe las tiendas de material deportivo cuyo negocio se dirige, cada vez más, hacia los materiales de montaje. A la emoción que supone clavar una trucha utilizando tanto la mosca seca como la ahogada se suma, y así lo confiesan los pescadores montadores, la ilusión de ser el autor del insecto artificial. A veces la trucha se resiste, rechazando el señuelo, y es preciso cambiar el mismo hasta dar con la imitación adecuada que no siempre es la que eclosiona. La imaginación del montador de moscas es rica y los materiales, diversos: hilos de torzal o de seda, pelo de liebre o conejo, materiales sintéticos... y, cómo no, la pluma. Las fibras procedentes de pluma de ave sirven para fabricar desde al torax, el abdomen, las antenas o las patas del insecto. Para todos estos menesteres se utilizan plumas de especies muy variadas que van desde el buitre, la garza, la perdiz parda, el pato o la chocha entre otras. Las alas, sin embargo, son punto y aparte. Imprescindibles en la mosca ahogada, las plumas de los gallos de León lo son casi en las moscas secas. Tan solo determinadas emergentes y algunas ninfas pueden montarse sin utilizar estas plumas cuyo brillo y textura atraen a las truchas más exigentes. Hay en día, cada vez menos, las truchas pican a cualquier mosca. Hace años era imposible ir al río, bajando éste en buenas condiciones, sin ver cebarse alguna trucha. Ahora todo es distinto. Cuando las pocas pintonas que se ponen a comer se muestran selectivas la eficacia de las moscas montadas con los pardos y los indios de León es incuestionable en mosca ahogada y tan solo comparable a la de culo de pato en mosca seca. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuando se crían los gallos de pluma en la comarca del Curueño. El documento más antiguo que se conoce referido al arte del montaje de moscas artificiales, el Manuscrito de Astorga, data del año 1624 y en él se hace una clara referencia al tipo de plumas empleadas, por lo que cabe suponer que ya existían. La cría de estos gallos se mantiene gracias al voluntarismo de una serie de criadores que han heredado esta tradición y se resisten a perderla. Sin ningún tipo de ayudas y con multitud de problemas, esta tradición subsiste sirviendo, desde el punto de vista económico, para complementar las economías familiares. Dos razas, con bastantes matices cada una de ellas, constituyen el grueso de esta variedad de gallos de pluma: pardos e indios. Los pardos son algo mayores, más esbeltos y fuertes. Las plumas del cuello son alanceadas de colores que van desde el amarillo al blanco. Estas plumas, especialmente en los ejemplares que tienen un mismo colorido que las del riñón, son las más apreciadas para el montaje de moscas secas. Para las ahogadas, la pluma de mayor calidad es la del riñón, por delante de las colgaderas. Constituyen una capa de gran calidad, con brillo y moteado asimétrico que por su penca corta o alargada reciben diversos nombres: aconchado, corzuno, encendido, tostado, sarrioso, flor de escoba, langareto... éste último casi desaparecido. Los indios, procedentes de la raza andaluza, se han aclimatado perfectamente y, tras diversos cruces, han dado lugar al ave actual. En las plumas de gallo indio también hay diversas variedades utilizadas para el montaje de moscas que pescan en una u otra época del año. Indio acerado, avellanado, rubión, negrisco, plateado... El arte de criar, pelar, y conservar estas plumas ha ido pasando de generación en generación. Un oficio que nunca debería perderse.