OPINIÓN
Ricardo Calvo, el amigo ausente
BIEN sabía Ricardo que esta edición del Magistral iba a comenzar sin él por motivos ajenos a su voluntad, y unas horas antes de la clausura del pasado torneo me dijo con esa media sonrisa entre triste y burlona tan característica: «La próxima vez que nos encontremos no será en el Magistral», lo que me dejó un tanto perplejo porque no intuía que su enfermedad iba a ser tan fulminante como para no permitirle unos años más de vida. Pero lo cierto es que se ha ido sin más, en silencio y sin molestar, como era su costumbre, dejando en el aire el aroma de su cigarro y en la memoria de todos los jugadores de ajedrez un vació imposible de llenar. Hoy, este torneo que comienza, lleva su nombre, pero también lleva su espíritu y su impronta. Cuando a eso de las cinco de la tarde, la hora fatídica de los adioses, las partidas tomen el cariz de la derrota, y todos comiencen a dudar del resultado concreto, ya no estará Ricardo para hacer su exacta disección, ni comentará para los boletines, con aquel tono entre dogmático y burlón, las vicisitudes de los maestros y las anécdotas acaecidas antes durante y después de cada partida. Tampoco nos traerá las impagables opiniones de los jugadores al finalizar cada encuentro, cuando, medio en serio medio en broma, les iba llevando hacia el tercio de varas para colocarles la puya donde más les dolía. Eso sí, no importaba que fuera Kasparov, Anand o Karpov, ellos acababan confesándose ante este Ruy López disfrazado de periodista. Ahora sólo quedan los ecos de tus palabras, las sombras de tus escritos y la silla vacía al lado de Carmen junto a la ventana. Pero creo que a nadie le hará falta hacer un esfuerzo de memoria para volver a verle ahí, ante su gris ordenador, buscando la palabra justa, la sintaxis correcta, el léxico apropiado para hacer de su crónica lo que hacía Larra con sus pensamientos, auténticos artículos de costumbres, sólo que en este caso eran artículos de sabiduría histórica, ajedrecística, social y humana. En una palabra, un compendio de conocimientos llevados a su más prístina expresión con el fin de ilustrar sin molestar, de enseñar sin dogmatizar, de impartir doctrina sin caer en la petulancia. Por eso hoy, cuando tan sólo hace seis meses que te has ido es cuando tu ausencia se hace más insoportable.