Diario de León

| Crónica | Malos tiempos para la trucha |

Ayer y hoy de Cerezales

Publicado por
Ordoño Llamas Gil - león
León

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Corrían los años en que faltaban diez o veinte para ser coto. El río Porma en esta zona era considerado de transición, puesto que, como aún no se había construído el pantano de Vegamián y siempre traía un caudal abundante procedente de la nieve del invierno y de las lluvias de primavera, que nadie contenía, se iba a perder en las grandes crecidas del Esla bajo. Llegado el mes de mayo se rehacían los retenes o puertos para las presas de riego con piedras amontonadas y alineadas (los que aún no eran de cemento), y comenzaba la sangría, disminuyendo rápidamente el caudal en el transcurso de quince o veinte días, y luego seguía secándose hasta quedar en un reguero que mantenía a duras penas el nivel de los pozos y tablas con profundidad, donde se cobijaba la pesca hasta que era diezmada por las redes, a mano, con polvos de gas o morga, y con todos los medios imaginables, quedando sólamente los ejemplares escondidos en los mas recónditos lugares, como muestra de que aquello había sido una piscifactoría na tural. Este proceso no era específico del Porma, ya que todos los ríos de la cuenca del Esla que no tenían o tienen un pantano, se ven sometidos a esta sangría. Las especies que habitaban el tramo que nos ocupa eran principalmente truchas y barbos, además de cangrejos, bogas, cachos, gobios, bermejuelas y lamprehuelas. No se sabía muy bien el porqué de que al volver la nueva temporada, se regenerasen totalmente, volviendo a estar habitados por sí solos. ¿Bajaban con las crecidas o subían de otras zonas? La apertura de la veda se efectuaba en el mes de marzo, concretamente el día de San José, y durante este mes y el siguiente abril, salvo excepcionalmente los primeros días, la pesca con caña era mas bien escasa, pues las crecidas y el agua de nieve imposibilitaban que las capturas fueran abundantes, como no fuera algún día con cebo natural en algún pozo, pues el resto de las orillas se dominaban mal y las truchas no comían bien en la superficie. Pero he aquí que llegado mayo, cuando el descenso natural había comenzado, los mencionados puertos se rehacían y se abrían las compuertas de los de cemento para comenzar los riegos, y durante un mes o algo mas, daba la sensación de que las truchas estaban con la boca abierta esperando que cayera algún cebo, natural o artificial, para tragarlo de inmediato. Como quiera que este río siempre tuvo ejemplares extraordinarios, debido probablemente a la gran cantidad de cebo de su lecho, no había jornada de pesca que no consiguieras extraer alguna trucha de mas de un kilo, o varias, lo que convertía esta pesca en un divertimiento emocionante y completo. Las cestas se usaban grandes para que cupieran las de buen tamaño y que hubiera sitio para el resto. Por supuesto, no había cupo en lo libre. Prescindiendo del río, había muchos rincones donde podían llenársete los ojos de truchas, como la presa que vierte parte de su caudal en la tabla de los gaviones, en Vegas del Condado, que desde este lugar hasta su nacimiento, pescando a cucharilla, veías venir siempre detrás a varias fario, mordiendo alguna. En la zona media del ahora coto, enfrente de la tabla, por debajo del pozón del cementerio (aquí se me clavó una cucharilla en el párpado del ojo derecho y tuve que ir al médico de Devesa para sacarla, con la ayuda de un buen mozo y de sus tenazas), desembocan varios regatos del río Curueño, que en sus recovecos y pocetes albergaban una buena población de truchas, incluso de buen tamaño, lugar ideal para los pescadores finos de cebo o de cucharilla. Cuando fue acotado comenzó el declive de su población piscícola, aunque todavía se pescaba muy bien los primeros años. La penúltima vez que lo pesqué, la presa mencionada ya no tenía más que agua y ni siquiera sendero a su vera, porque las truchas hacía tiempo que habían desaparecido del lugar. En el río había algunas, pero aún no se pescaba sin muerte. Estamos en el año 2003 de la democracia civilizada y del medio ambiente organizado. Transcurre el mes de mayo y el caudal del río está regulado por pantano, lo que equivale a bastante caudal y ningún estiaje. Los jueves se practica sólamente la pesca sin muerte. Dos pescadores han decidido divertirse pescándolo por este procedimiento, y con la ilusión puesta en las picadas de truchas de buen tamaño se han trasladado hasta sus orillas bien pertrechados de mosquitos ahogados y de seca. No se trata de dos reclutas pero, además, uno de ellos es un extraordinario experto de la mosca ahogada, con la que siempre consigue su propósito. Comienza el baile de las cañas, y las moscas atraviesan el aire hacia los rincones mas escondidos de ambas orillas, también hacia las raseras y entradas de pozos o tablas, aguas arriba, aguas abajo, ahogando los mosquitos o haciéndolos saltar, cambiando de aparejos, pero... es probable que aun no sea el momento adecuado, pues no se observan círculos en la superficie y no ha llegado el mediodía. Lo razonable es esperar a que entren en movimiento las truchas, con esa actividad frenética que las caracteriza cuando acuden al banquete de las moscas; entonces será el momento de quitar de encima el aburrimiento y desperezarse aguzando el ingenio para clavarlas. Pero como en la canción de Sabina... «Y dieron la una, las dos y las tres, y juntos y cansados al anochecer nos encontró la luna...». Cada hora que pasaba era como la confirmación de un mal presentimiento que iba agotando las pilas de la ilusión, que habían llegado bien cargadas. Esperar el momento: he aquí el dilema. Hubo un instante en que quiso renacer la esperanza, pues mordieron la mosca seca dos truchillas, y quizá comenzasen, pero... ¡nada de nada! El brazo se resiente, la vista se cansa, las pier nas flojean, y la mente les hace ver a su alrededor, como en un reportaje retrospectivo, monstruos y trasgos cogiendo a manos llenas las truchas y tragándoselas de inmediato, haciendo luego ostentación de sus orondas barrigas y sacándoles la lengua, terminando finalmente con unas sonoras carcajadas burlescas. Algo parecido les debió de ocurrir a los participantes en el campeonado de una sociedad, en Santa Marina del Rey, que fue el campeón uno con dos truchas y el segundo con una, repartiéndose el resto las demás truchas con superabundancia de ceros a la izquierda. Acotado sin muerte: ¡Todos se divirtieron mucho! Nuestros amigos recogieron y, en silencio, se despidieron de Cerezales, tratando para su fuero interno de descrifrar el enigma de la conservación de las truchas en este coto, basado en la pesca sin muerte. ¡Esperando que pasase la Semana de la Trucha quizá se pescasen las sobrantes!

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