OPINIÓN
Juicio a la esperanza
ERA IMPOSIBLE ver el partido ignorando la realidad de la clasificación, porque últimamente nos habíamos acostumbrado a un equipo cómodo y eficiente sobre todo entre rivales de segunda fila. Para empezar, hay que decir que un equipo sin Valerón nos remite por desgracia un aire de melancolía. Uno no puede dejar de extrañar su magia, por más que Fernando Torres conjugue la ambición y el atletismo de los grandes delanteros. Pero el deportivista es la ilusión de la finta, el truco de la sencillez. Con la idea de dar continuidad, Sáez dejó a Valerón en el banquillo, pero ahí estaban aún Xavi Alonso, Baraja, Etxeberría o Raúl. Y lo que se ofreció - más en la primera que en la segunda parte- nos embarazó de inquietudes. España no jugó bien, tampoco jugó mal, sino que jugó enfangada en la ansiedad, con un punto de aceleración y unas décimas de desarreglo derivado de lo anterior. La suerte la tuvo Torres, pero el acierto, para escarnio de sus enemigos que nunca faltan, todavía es prebenda de Raúl. Y sobre el resultado favorable, apareció Valerón alrededor del que se generaron corrientes de talento y sintonía. Y es que las cosas volvían a su sitio.