La selección y sus circunstancias

ALGO OSCURO debe de haber en una selección cuya pregunta más trascendente es la razón de la suplencia de Fernando Torres. No deja de ser sospechoso ese debate. El delantero del Atlético es un buen jugador aún por hacer, al que incomprensiblemente han querido aupar a los altares antes de tiempo. No es Raúl, y no porque no haya nacido en las ubres del Madrid, sino porque trasluce carencias que sólo irán puliendo el tiempo, la paciencia y la humildad. No hubo argumentos incoherentes en el seleccionador, que tenía ante sí uno de los partidos más importantes de su carrera. Eligió a los que en buen criterio creía los mejores para superar el trámite de Armenia. Porque tampoco hay que engañarse; España no viajaba a esas tierras a recuperar el honor ni a conseguir tres puntos que ya tenía ganado casi de antemano; más bien iba a no hacer el ridículo. Era claro que la repesca era el mal menor, porque Grecia, aunque fuera de penalti, no iba a dejar escapar una ocasión histórica. Valerón, Raúl y el sorprendente Reyes se bastaron para despejar dudas. Armenia es una selección animosa con unas deficiencias que la sitúan en un lugar irrelevante. Un hecho que no bastó para hacer de este encuentro algo memorable. No podía serlo. Contra rivales como este sólo vale la victoria. Las demás consideraciones quedan para los estudios de café. Uno cree que España está más o menos como siempre. Ya hemos dicho que el desafío español no está ni mucho menos en las fases de clasificación, donde de sobra hemos demostrado ser los campeones del mundo, sino en las fases finales. Que pasemos o no, claro, sería un paso atrás, pero nunca, a mi juicio nada definitivo. Por lo demás, tal vez esta cura de humildad nos sirva para comprender que es mejor mirar el futuro que el inmediato y anodino presente. La cosa está en nuestras manos, como casi todo en la vida.