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El caudal alto de los ríos leoneses favorece la freza de las truchas

Aceptables concentraciones de trucha común en el Omaña, Curueño y Bernesga

Muro de la minicentral de Camposolillo en el Porma

Publicado por
Pedro Vizcay - data
León

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Viene ocurriendo cada invierno. Desde finales de diciembre a principios de marzo la cada vez más escasa trucha común remonta las corrientes para situarse en los tradicionales frezaderos. Allí, sobre las finas gravas del fondo, a escasa profundidad, cava los nichos donde situará la puesta de huevos bajo la atenta custodia de los grandes machos que acuden prestos para depositar su germen. Es toda una ceremonia que, en demasiadas ocasiones, tiene un espectador de excepción: el furtivo. En tierras de León el refranero popular sitúa el comienzo de la freza a mediados de enero: «Por S. Antón, la trucha en el fregón», aunque en tierras bercianas con una climatología bastante más benigna el dicho se adelanta: «Por la Asunción, la trucha en el fregón». Lo cierto es que el comienzo de la freza, o friega, según la terminología comarcal, no se produce al mismo tiempo en todos los ríos, adelantándose en el Bierzo y en los cursos bajos del Porma, Órbigo y Esla y retrasándose en las áreas de montaña. Coincidiendo con las fechas navideñas las truchas comienzan a moverse hacia los lugares tradicionales. Un buen frezadero debe disponer de corriente suave, poca profundidad y un lecho de gravas finas donde excavarán los nichos con potentes movimientos de todo su cuerpo. Las hembras irán acudiendo a depositar las huevas que, de forma inmediata, serán fecundadas por los machos. El esperma servirá también como fijación que mantendrá la puesta sujeta a la grava fina hasta que, con el aumento de la insolación de marzo y consiguientemente de la temperatura del agua, eclosionarán los alevines. Durante cierto tiempo estos alevines recién eclosionados se alimentarán de su vesícula hasta que, agotada ésta, deban hacerlo por sus propios medios. Las pérdidas suelen ser muy importantes, considerándose un buen resultado cuando un 5 ó un 10 % consigue llegar a adulto. Solo así se explica la enorme cantidad de huevos depositados por las hembras que, a partir del tercer año de vida, ya son fértiles. Pero el principal problema no es las pérdidas naturales, sino la acción de los furtivos y la contaminación. En efecto, las concentraciones de truchas en los lugares tradicionales son perfectamente conocidas y apreciables a simple vista, lo que representa una clara tentación para los desaprensivos. Una garrafa bien manejada puede acabar con un frezadero en pocos minutos. La cucharilla también resulta un arma mortal, ya que las truchas en esta situación tienen un alto instinto de defensa territorial, por lo que atacarán a cualquier intruso que invada su territorio. En las zonas de montaña la contaminación por purines procedentes del ganado estabulado puede hacer que las truchas abandonen el frezadero y las huevas queden sin fecundar. De no mediar crecidas tardías, las eclosiones de huevas se producirán antes de la apertura de la Veda que está prevista para el cuatro de abril. En todo caso siempre es recomendable no pisar el lecho de los ríos, especialmente en las zonas de freza, durante las primeras jornadas Desastre en Vegamián Los caudales altos de los ríos durante estos meses han beneficiado las frezas, pues las truchas han remontado los cursos con facilidad. Gracias a ello se han podido observar buenas concentraciones de truchas. Si los caudales hubiesen sido bajos las pintonas no habrían ascendido hacia las cabeceras de los arroyos, y no se garantizaría la buena salud de los alevines que, más tarde, derivarían de nuevo hacia aguas bajas. La escasez de agua motiva que los desplazamientos sean cortos y que las truchas se sitúen en frezaderos próximos. En el Omaña, por encima del pueblo de Vegarienza en la tabla denominada de «Las Cuadras» suele situarse uno de los más espectaculares, con peces que, en ocasiones, superaban el kilo de peso. También en el Curueño se han apreciado buenas frezas, al igual que en el Bernesga pese a que los fondos están bastante sucios. En los ríos Órbigo y Esla las frezas se observan con mayor dificultad. O han sido escasas o han concluido hace algunos días. Concretamente en Sardonedo y en Pesquera, por debajo del Puerto, se han apreciado pequeñas concentraciones. Pero la situación más preocupante, y que pone los pelos de punta a cualquier pescador o ecologista está, un año más, en el Porma por encima del embalse de Vegamián, donde la densidad de truchas está bajando de forma alarmante por causa de la minicentral de Camposolillo. Cualquier amante de la naturaleza puede dirigirse a la zona y observar, a simple vista, el bochornoso espectáculo que haría sonrojarse de vergüenza, si la tuvieran, a los responsables de Medio Ambiente. El Porma, por debajo del muro de la central, ve muy reducido su caudal. Estropear dos kilómetros de río hasta la cola del pantano, pertenecientes además a un coto de pesca, ya es de por sí grave, pero lo es mucho más si se considera que por este tramo ascienden cada invierno las enormes truchas del embalse, autóctonas en su mayoría. Debajo del puente de la carretera general se concentran ejemplares de hasta cuatro kilos de peso, un auténtico espectáculo. A un centenar de metros las truchas intentan, desesperada e inútilmente, remontar el muro con potentes saltos que se van reduciendo hasta que exhaustas y con grandes llagas producidas por los roces con el cemento se descuelgan hacia aguas tranquilas. La escala salmonera construida para remontar el muro debió ser diseñada por el enemigo. Durante más de dos horas de observación ni una sola trucha consiguió subir pese a que lo intentaron más de un centenar. No hace falta ser un avezado ingeniero para diseñar un muro con una rampa de 45 grados y no ese engendro vertical que es un parapeto infranqueable. Las grandes truchas de Vegamián subían año tras año por el curso alto del Porma. Además de hacer las delicias de quienes pescaban el coto en los primeros días, eran capaces de mantener un asombroso alevinaje destinado en buena medida a repoblar la enorme masa de agua del pantano. Ahora están condenadas a desaparecer a causa de un miserable muro de cuatro metros de alto por doce de ancho. Ni a propósito se puede hacer peor. Ahora, y como medida para evitar la desaparición de la población truchera las mentes pensantes que dirigen la Sección de Vida Silvestre II convierten el pantano en un tramo libre sin muerte. Poco importan las causas. Las consecuencias, como siempre, las paga el sufrido pescador.

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