Ciudad Real consigue que Valero y Masip celebren juntos el título
El FC Barcelona gana la Copa del Rey con la aquiescencia de otro favorito que no cumplió
La motivación hace milagros. El Barcelona lo demostró este domingo con una victoria inapelable sobre el todopoderoso Ciudad Real. A pesar de sus importantes bajas, que motivaron un visible agotamiento en la primera línea, los azulgrana se vaciaron y lograron momentos de esplendor para despedir con un triunfo a dos personas carismáticas en la historia del club: el entrenador, Valero Rivera, y Enric Masip, que llegó a jugar unos minutos a pesar de su grave lesión. Por cierto, el presidente del Barcelona, Joan Laporta, confirmó este domingo que Masip se retirará del balonmano en activo a final de temporada por prescripción facultativa. El duelo tenía un perfil similar al de la semifinal Ciudad Real-Pórtland del sábado: el equipo manchego era el favorito, pero su rival estaba más motivado, a pesar de sus dos bajas -el noruego Hagen e Iker Romero-, y de que Masip sólo estaba para tirar penaltis. Rivera anunció en diciembre que se marchará del club en junio, tras 38 años (ahora tiene 51 e ingresó como jugador a los 13) a su servicio, y Masip, que hará oficial su retirada mañana lunes, ha sido un jugador emblemático durante 14 años. Esas ganas especiales de triunfar por parte del Barcelona se vieron desde el primer minuto. Por ejemplo, en el gigante Xepkin, con el que Rivera ha sido siempre muy exigente, que se encaró un par de veces con los árbitros contrariamente a su costumbre; o en el cañonero húngaro Nagy, magnífico en esta final, cuyo rendimiento había bajado misteriosamente durante los últimos meses; o en el extremo Carlos Ortega, que celebraba cada gol como si fuera el más importante de su vida. Exhibición La primera parte fue una exhibición del Barcelona, en ataque y defensa. Al Ciudad Real casi nada le salía bien, y sólo la variedad de recursos del polivalente egipcio Zaky, a quien sólo le falta jugar de portero, mantuvieron una distancia razonable en el marcador: 11-16 en el descanso. Pero quedaba una incógnita importante: el Barcelona sólo disponía del joven e inexperto Mikel Arrizabalaga como suplente específico de primera línea Y los primeros minutos de la reanudación alimentaron esa duda: el cansancio se reflejaba más en las caras de los azulgrana, que tardaban mucho en levantarse cuando se caían y, sobre todo, iban perdiendo precisión a raudales en los lanzamientos. Rivera recurrió a todo los disponible para refrescar su primera línea: convirtió a Ortega en lateral o central e incluso alineó a Masip, que antes había fallado un penalti, como director de juego, lo que probablemente implicaba un riesgo para la salud del jugador, aquejado de una lumbalgia grave. Los del Ciudad Real eran conscientes de ello, pero no supieron aprovecharlo; entre otras razones, porque al genial maestro Duishebáiev, el cerebro del equipo manchego, parecía sufrir un exceso de motivación y apenas hacía algo bien. El marcador se estrechó: del 11-18 en el minuto 33 se pasó al 17-20 en el 41, pero si hubo un hombre que decidió el partido, además del magnífico tono general de su equipo y de las importantes paradas de Barrufet en momentos decisivos, ése fue el pivote serbio Skrbic, autor de siete goles, cinco de ellos en la segunda parte. Gracias a él, su equipo llegó al último minuto con dos goles de ventaja, y esta vez no hubo milagro, como en la semifinal contra el Pórtland. El Ciudad Real tuvo que encajar una derrota que causó una alegría muy superior a la normal entre la plantilla del Barcelona. No será por falta de títulos: Rivera ha ganado 70 en 20 años; Masip, 53 en 14. Pero el de este domingo será uno de los más inolvidables.