España necesita un punto contra Portugal para acceder a cuartos (1-1)
Morientes adelanta a la selección pero el gol de los griegos obliga a no tropezar el domingo. Sáez: «Lamento haber dicho que pensaba hacer cambios»
Algo debe de tener el cargo de seleccionador, que acaba por aturdir y confundir a su inquilinos. Le ocurrió a Javier Clemente y a José Antonio Camacho y esa sensación ha terminado por atrapar a Iñaki Sáez. El técnico vizcaíno se ha sentido perseguido esta semana por un falso fantasma griego y ha conseguido confundir a todo su entorno. A los futbolistas y a los medios de comunicación, a los que el domingo anunció que este miércoles haría «uno, dos o tres cambios» para aplicar lo que el denominó «alternar y alterar». Pues nada de eso. Sáez mantuvo en el campo al once que ganó a Rusia. Y, lejos de sorprender, cayó en la trampa de Grecia. De nada le sirvió a Sáez que Raúl González apareciera este miércoles en Oporto después de meses sin dar señales de vida. Llegó en el minuto 28 cuando la selección pedía a gritos un golpe de ingenio para acabar con el sopor en el que se había convertido el partido. Llegó, decíamos, recogió una basurilla de balón que un rival le sirvió por error dentro del área, lo recicló con un toque sublime de tacón, Morientes amagó, despistó a su marcador y fusiló a Nikopolidis. Hasta que España se adelantó el encuentro amenazaba con convertirse en uno de esos duelos a los que nos tiene habituados este equipo: control del partido, algunas ocasiones, confusión temporal colectiva, un susto del rival y ni un solo gol. Y así fue. Pocas cosas funcionaban en la selección. Etxeberria sigue despistado, como fuera de lugar; Vicente se las veía para deshacerse de Seitaridis, Raúl dejó su selló en la jugada del gol, pero se desvaneció como por arte de magia. En fin, que como siempre que marca, España se envalentona, da la sensación de que va a comerse el mundo e incluso llega a meter miedo a su rival. Pero los griegos no se asustaron. Muy al contrario, siguieron atrincherados en su área como si el resultado les beneficiara, sin ninguna prisa, sin ansiedad. Joaquín sustituyó a Etxeberria. En los primeros minutos devolvió alegría al partido y tuvo varias ocasiones de gol. Grecia, mientras tanto, agazapada, a la espera. Entonces Sáez dio entrada a Valerón y mandó, por segunda vez en esta Eurocopa, a la caseta a Raúl. El canario no pudo ser el talismán, como ante Rusia. Peor aún, su salida coincidió con el zarpazo griego. Un balón pasado al área no fue despejado por Helguera y un zapatazo de Charisteas puso a los helenos en órbita y devolvía a España a la triste realidad de verse obligada a hacer un derroche físico extraordinario para intentar solventar la terrible situación. Una muralla de ocho hombres La selección, sin ser consciente de ello, estaba planteando un partido a la medida de los griegos, pese a que los hombres de Sáez seguían atacando en bloque y gozando de algunas ocasiones. Pero allí estaba claro que no habría forma de entrar. Hasta ocho hombres defendían la propiedad griega. Joaquín no cesaba y Valerón tampoco. Entró entonces Fernando Torres e hizo lo que le mandó Sáez: batallar sin descanso hasta doblegar a los defensas rusos. No lo consiguió y el conjunto español se tuvo que conformar con un triste empate que le obliga a no tropezar el domingo frente a los anfitriones. Hasta ese día, Sáez deberá tomar buen nota de lo que vio este miércoles y buscar soluciones, si las hay. Y esta vez sí que estará obligado a realizar cambios porque no podrá contar con Marchena, sancionado por acumulación de dos tarjetas. Y no deberá volver la vista atrás porque ya no caben lamentaciones.