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Publicado por
JULIO CASTRO
León

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EL DEPORTE, dicen, no tiene fronteras. Pero también dicen que el saber no ocupa lugar, y con la Enciclopedia Espasa te tienen que regalar una estantería, porque si no, a ver dónde pones los 116 tomos. En este Europeo, las autoridades portuguesas han decidido suspender el Acuerdo de Schengen, una medida que ya tiene precedentes, sin ir más lejos, en España, con motivo de la boda de los Príncipes de Asturias. Se trata de que los malosos se queden en casita, aterrorizando al perro, mientras los probos ultras, los honrados hooligans y los cabales tifossi destrozan el mobiliario urbano y se orinan en los rellanos de las fondas provistos del preceptivo pasaporte. Hace un par de semanas, Lisboa desempacó unos cuantos aduaneros, los engrasó -que ya se estaban oxidando- y los facturó a Valença do Minho, Vila Real de Santo António o Vilar Formoso para pedir el Reisepass a los alemanes y el passport a los británicos -aunque últimamente prefieren la cerveza-. Desde entonces, los españoles, que ya tenían el hábito de cruzar la raya a 120, reviven aquellas largas colas que se formaban en Ayamonte o en Tuy en los remotos tiempos en que toallas y juegos de cama estaban a buen precio. Así se pudo comprobar este miércoles, con motivo del España-Grecia en Oporto. Los aficionados se lo están tomando con tanta paciencia como si no pusieran los partidos por la tele, excepto los que se quedan sin entrar en el país porque, al llegar ante el agente de la GNR, reparan en que han confundido el pasaporte con el bonobús. Los demás sospechan que los pillos, si pretenden hacer alguna bellaquería, tienen argucias de sobra para plantarse en Portugal sin dar cuentas al aduanero, pero soportan las molestias porque se sienten más seguros. Todos los políticos de la UE llevan tres días mesándose las barbas y restregándose ceniza por los cabellos, sin hallar explicación a su zozobra en las urnas. Y quizá la tengan ahí, en esas cabinas acristaladas, en esas barreras albirrojas menos virtuales de lo que parecían, bultos sospechosos que no fomentan, precisamente, el europeísmo. Es como si la final de la Copa del Rey se celebrase en Sevilla y ese día hubiera que enseñar el pasaporte para poder pasar en Despeñaperros.