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Publicado por
MIGUEL PARDEZA
León

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MALOS TIEMPOS para la lírica, o, lo que es lo mismo, para las bellas artes. España no pasó del empate ante la nada helénica Grecia. El pasado compromiso -el tiempo pasa deprisa- tuvo el sabor amargo de los crepúsculos inevitables. Se enfrentaron las malas compañías italianas derivadas al mar Egeo y la eterna promesa de una selección que no termina de crear consenso ni confianza. A pocos dejó conforme el juego de nuestra selección, y para otros, para los fanáticos pesimistas, para los que no pierden ripio a la hora de poner interrogantes porque han nacido para ello, esto se veía venir. Se diría que la novela de nuestro equipo nacional es un tocho decimonónico que no hay quien lo lea. O una mala pesadilla surgida con sus monólogos interminables y sus trabalenguas del vientre del Ulises de Joyce, ahora que se celebra su centenario. Pero no caben paños calientes. Por esta o aquella razón, España se trastabilla en la misma hora fatídica. Empieza a sufrir ahogos y dudas milenarias que la empujan al abismo sin gloria ni alma que lo remedie. Le salvan, sí, los coletazos de aquél o de éste. Por ejemplo, de Vicente, tal vez perdido en exceso en una letanía de conducciones que recurrentemente acaban en la hierba o con un centro forzado que no remata nadie. Algo pasa, eso no hay quien lo niegue. Grecia no era rival. Fue lo que se esperaba. Un conjunto monolítico aferrado a una sola idea, porque no hay manera de que le entren dos. Y aún así tendremos que reconocer su entereza, su agresividad, sus repliegues intensivos, la solidaridad inabordable, la infinita fe que ese alemán loco de Rehhagel ha sabido insuflar en unas huestes sin ningún sentido de la armonía ni de la belleza. Porque tal vez sea Grecia de los equipos más feos que uno haya visto jamás. No hay manera de que a uno le entre por los ojos. Sería injusto, por otro lado, levantar acta de reproches contra nuestros jugadores. Por sus botas pasan el deseo, el interés y la voluntad. Quieren y buscan, pero no encuentran. Sirva la sombra de ese gigante desesperado que es Raúl. Lo suyo es la viva estampa del coraje intrascendente. Y aún así no queda otra que seguir creyendo en él. El madridista es a España lo que Zidane a Francia o Figo a Portugal: un icono imposible de apartar porque hasta su presencia nos llena de esperanza. Y ahora nos queda los lusos anfitriones. Un equipo lleno de diamantes que no transmite sensaciones de cohesión. Por ahí andan Deco, sí, y Rui Costa, también, y, por supuesto, Figo. Pero entre todos reflejan poco como equipo. Espero que no sea suficiente para sacarnos de esta Eurocopa.

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