Sáez lidera otro sonado fracaso
España ofrece una imagen penosa y cae ante Portugal, que manejó a la selección a su antojo Figo vence a Puyol en el duelo más notable de todo el encuentro
21 de junio de 1964. Estadio Santiago Bernabéu. España firma un hito histórico. Derrota a Rusia en la final y se alza con el título de campeón de Europa, el único que luce en sus desoladas vitrinas. 20 de junio de 2004. Estadio José Alvalade de Lisboa. Cuarenta años después de aquella gesta, la selección se muestra ante toda Europa como un colectivo incompetente, inmaduro para afrontar situaciones límite, como un equipo pequeño, sin ningún valor reseñable, que practica un sucedáneo del fútbol. Y dice adiós a la Eurocopa y rompe otra vez el sueño de hacer algo importante por fin en un torneo que históricamente le viene grande. Ese sueño lo echó por tierra sin tener la capacidad mínima para clasificarse en un grupo en el que sólo Portugal debía ser un enemigo a batir. No fueron ni el entregado público portugués ni el árbitro Anders Frisk los que apartaron a España de la Eurocopa. A la selección la expulsó su incompetencia. Tanto fijar como referencia aquel 0-3 de hace nueve meses a Portugal en un encuentro amistoso que se ha vendido como una hazaña, cuando sólo fue una nube que ha querido tapar la triste realidad que asola al equipo nacional. Un juguete Los españoles fueron siempre un juguete en manos de los futbolistas de Scolari. Para empezar, los primeros cuarenta y cinco minutos resultaron terroríficos y descorazonadores. A los portugueses sólo les valía la victoria y salieron a jugarse la vida en el intento. No hubo ni los minutos de rigor de reconocimiento mutuo entre los rivales. Saéz había anunciado que su equipo jugaría a ganar, pero no tuvo ni oportunidad de hacerlo. Ronaldo, Figo, Deco, Pauleta... sometieron a la defensa española a un acoso y un atosigamiento constante por las bandas, por el centro... Encerraron a los españoles en torno a Casillas y allí estuvieron toda la primera mitad, agazapados, soportando un temporal que no cesaba. Nadie en España acertaba a tomar las riendas del grupo y salvarle de la presión insistente de los lusos. Cuando peor pintaban las cosas empezaron a llegar buenas noticias de Faro. Rusia vencía a Grecia 2-0. ¡Portugal y España estaban clasificadas! Pero la desigual batalla que se libraba sobre el césped seguía controlada por los futbolistas de Scolari. No había tregua. La selección vivía con el corazón en un puño. Menos mal que Juanito era una muralla insalvable y Helguera mantenía el tipo, porque Raúl Bravo y Puyol sólo acertaban a ver pasar a su lado a Figo, Ronaldo y Deco, tres pesadillas. Cuando las aguas parecían volver a su cauce, España pudo hasta marcar en un peligroso servicio de Vicente, al que no llegó por poco Raúl, pero aquello no era más que una bala de fogueo. En el campo sólo existía Portugal. De Torres y Joaquín apenas se sabía nada. Que lo intentaban, sí, pero nada más. La sentencia pudo llegar al límite del tiempo con un cabezazo a bocajarro de Ronaldo, pero la nueva estrella lusa prefirió dejar que la gloria se la llevara su compañero Nuno Gomes. Scolari le dio entrada en la segunda mitad en lugar de Pauleta. Y dio en el clavo. No llevaba doce minutos en el campo, recogió un balón al borde del área y soltó un misil al que Casillas no pudo llegar. Ansiedad y nervios Tuvo que adelantarse Portugal para que los españoles reaccionaran con más voluntad que acierto, eso sí, y empezaran a acosar la puerta de Ricardo. Pero la tensión, la ansiedad y los nervios atenazaban sus piernas. Grecia había marcado el 2-1, el gol-average favorecía a los helenos y España estaba fuera de la Eurocopa. Desolación en el banquillo, que viendo lo que veía en el campo no tenía otro clavo al que agarrarse que a un milagro ruso, que no llegó. La entrada de Baraja y Morientes fueron fuegos de artificio. Los hombres de Saéz se habían condenado. Portugal, mientras tanto, se exhibía ante su público y pudo incluso golear, porque enfrente ya sólo tenía a un muñeco inerte, que atacaba de forma desordenada y que, pese a ello, atemorizó tímidamente en varias ocasiones a los anfitriones. En la banda, Sáez no daba crédito al lamentable espectáculo que presenciaba. No acertaba a creer que los hombres que estaban sobre el césped fueran los que él mismo ha criado futbolísticamente, en los que tanta confianza había depositado, a los que con tanto ardor ha defendido y ante los que ha actuado siempre de escudo protector para encajar en su persona todas las críticas. La eliminación de este domingo, casi con seguridad, le costará el puesto al técnico vizcaíno, pero ello no debe impedir ver que no es el único responsable del ridículo histórico que ha hecho la selección en la Eurocopa de Portugal. Ahora, a volver a empezar. A regenerar una selección que nadie acierta a resolver por qué siempre se arredra en estos grandes torneos. Lo único de lo que no hay duda es de que, de nuevo, España se va antes de tiempo, con amargura y desesperación. Vuelve a romper el sueño de hacer algo grande. Esa hazaña le está vetada.