Diario de León

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Furia de borrajas

Publicado por
JULIO CASTRO
León

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FUE EN 1920, en los Juegos Olímpicos de Amberes, cuando el gigante vasco Belauste gritó, dice la leyenda, «Sabino, a mí el pelotón, que los arrollo» y acto seguido se metió en la portería con el balón y tres defensas suecos que pasaban por allí. La frase, en realidad, no la oyó ni el mismo Sabino. Sólo la oyó Manuel de Castro, el cronista deportivo que calificó la jugada de 'goal' hercúleo. Cuentan que ese día los italianos hablaron de «furia roja». El protagonista, por su parte, prefería «furia vasca» porque, en su opinión, el estilo de juego de catalanes o andaluces no se compadecía con alardes raciales como el suyo. Sea como fuere, el paso del tiempo y la propaganda del régimen acuñaron 'furia española' y como tal se quedó. El problema es que no por nombrar una cosa acaba por existir. Y con la furia española pasa como con el monstruo del Lago Ness: salió un día a tomar el fresco y no se la ha vuelto a ver. El domingo, en el José Alvalade, como en tantos y tantos campeonatos, se volvió a echar de menos el espíritu de don José María Belausteguigoitia. Quién sabe. Quizá estuvo y quizá volvió a pedir el pase del empate salvador. Pero quizá don Sabino Bilbao tampoco le oyó esta vez, o quizá, acostumbrado a patear aquellos pedruscos de cuero de hace 90 años, no pudo imaginar que «Roteiro» fuera un balón. El resultado final, en definitiva, es que, de la frase legendaria, el domingo sólo quedó el «arroyo» en que los jugadores han dejado a nuestro fútbol y el «pelotón» que tendría que haberlos recibido en Barajas. No. La furia no estaba en el césped. Pero tampoco en la grada. Se agotó antes, sacando pecho frente a las cámaras, toreando de salón con la bandera española y pitando, con una falta de modales intolerable, el himno nacional del país que los ha recibido con los brazos abiertos. Y como se había agotado, cuando llegó el gol en contra, a falta de 35 minutos eternos, no había ya furia para animar al equipo cuando más lo necesitaba. Sólo quedaban caras de terror y ruegos al cielo. Como en el césped.

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