Diario de León
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JULIO CASTRO
León

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EL SELECCIONADOR italiano, Giovanni Trapattoni, está sano como una manzana, pero ya puede ir buscando trabajo. Tras empatar contra Dinamarca (0-0) dijo a la RAI que no había rezado por la victoria, porque a Dios había que pedirle salud, no frivolidades tales como ganar un partido. Qué hombre este Trapattoni, con lo que admira a san Josemaría Escrivá de Balaguer, y la mala memoria que tiene... En el Mundial 2002, con Italia virtualmente eliminada por México, que ganaba 1-0, trató de convencer al Sumo Hacedor de que merecían el empate. Cuando lo logró, declaró a los periodistas: «Esto demuestra que existe la Justicia de Dios». El 30 de noviembre de 2003, En el sorteo de la Eurocopa, volvió a dirigirse al Altísimo -con gran éxito- para que no le tocaran como rivales ni Portugal ni Francia. Alcanzado el objetivo, debió de pensar que el resto ya podía hacerlo él solito. Entonces, Totti y Jehová lo abandonaron. Hay por ahí mucho descreído. Cuando los helenos mojaron la oreja a los de Scolari, en el partido inaugural, un sociólogo explicó en un diario de Lisboa lo lelos que eran quienes se habían encomendado a la Virgen de Fátima, por pensar es más amiga de portugueses que de griegos. Pues claro que lo es, buen hombre, porque si no, se habría aparecido en Corinto, y ahora su imagen, en lugar de una joven rezando el rosario, sería el icono de una madre glicofilusa o galactotrofusa. Por eso siempre es bueno tener fe en la divinidad y en los porteros que saben tirar penaltis. La fe, ciertamente, mueve montañas; y la desconfianza mueve banquillos. Baric (Croacia), Völler (Alemania) y Trapattoni (Italia) fueron los primeros en caer y los próximos serán Markov (Bulgaria) y Yartsev (Rusia). Se les adelantó, contra pronóstico Sáez. Le sobraba confianza, pero sólo era digno de RFEF.

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