Diario de León

McEwen tira en sólo 35 metros el trabajo de Íñigo Landaluze

El trabajo de los equipos de los llegadores acaba con la escapada del español y Simeoni

Robbie McEwwen, a la izquierda de la imagen, ganó en el esprint

Robbie McEwwen, a la izquierda de la imagen, ganó en el esprint

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Benito Urraburu - guéret
León

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¡Qué agonía! Iñigo Landaluze se quedó a 35 metros de conseguir su mejor triunfo en el ciclismo profesional, una etapa del Tour en la que estuvo escapado durante 122 kilómetros en compañía del italiano Filippo Simeoni. Terminaba venciendo el australiano Robbie McEwen, que lograba su segunda victoria este año, por delante de Thor Hushovd y de Stuart O¿Grady, en una base militar en la que todo estaba restringido, hasta la línea telefónica. El pelotón les arrolló mientras Landaluze veía la línea blanca de la meta, un sueño del que le despertó el zumbido de un pelotón lanzado. ¿Saben como suena un pelotón a esas alturas de una llegada? Es como una estampida que arrolla todo lo que tiene por delante y ante la que nada pudieron hacer los dos grandes protagonistas del día. El ritmo de carrera que tuvieron resultó infernal, incapaz de ser soportado por muchos corredores, con una media horaria de 45,229 kilómetros por hora. Primero les dejaron tranquilos a los dos escapados. Luego, cuando los equipos que tenían hombres rápidos se dieron cuenta de que se les podía escapar la posibilidad de disputar el triunfo, aceleraron de una forma brutal. Lotto, Quick Step, Crédit Agricole y Cofidis fueron un tropel que devoraba minutos, que cada vez tenía más cerca a los fugados, pero que no les cogía. Los segundos se derretían en la entrada del Macizo Central, con un final de etapa para corazones fuertes. ¿Aguantó mucho Landaluze para arrancar? ¿Calculó mal la ventaja que llevaban? Fue frío, increíblemente frío. Explicaba que «he arrancado a doscientos metros». «A lo mejor si arranco a 300 metros hubiera pasado lo mismo. Me da rabia quedarme con esa duda. Pensaba que iba a llegar. Te ves que puedes llegar al último kilómetro, pero no sabía la distancia que llevaba». Destino, el triunfo Treinta y cinco metros le faltaron para poder vencer. Comentaba que «he notado que llegaba a meta y que tenía unos metros. Luego, me pasaban por todos los lados». Un poso de tristeza se dibujaba en los ojos de Iñigo Landaluze, ya duchado, mientras respondía a los periodistas. Su hablar no parecía denotar la oportunidad que se le había escapado. Cuando se quede solo en su habitación se dará cuenta de lo que ha tenido en sus piernas. Aguantó mucho para arrancar. Es lo que el creyó que tenía que hacer. Sintiendo el zumbido de los esprinters por detrás no es fácil tomar decisiones. En su interior estaba convencido de que le podía ganar a Simeoni: «Me estoy encontrando bien, tengo rapidez y pensaba que podía vencer». La etapa se convirtió en una persecución de los dos corredores escapados. Dos hombres y un único destino, unidos por la carretera. Llegaron a tener una máxima diferencia de diez minutos. La ausencia de Jan Kirsipuu, que había abandonado en los primeros kilómetros, dejaba un equipo menos a la hora de trabajar. Cuando la jauría del grupo se pone a trabajar resulta imparable. Iñigo Landaluze no ha ganado ninguna carrera desde que es profesional. Lleva cuatro años trabajando siempre para otros corredores. Entró en el juego de que la escapada llegase, que les dejasen caminar: «No tenía dudas durante la etapa de que podíamos llegar. Hemos dado los dos relevos sin problemas. A falta de 700 metros le dejé que se pusiese delante». Un tipo particular Mientras Landaluze no veía lo que se le venía encima, los demás sí. Un pelotón que les iba a destrozar sus ilusiones. Su compañero de fuga, Filippo Simeoni, es un hombre curioso, que ha demandado a Lance Armstrong, que le llamó mentiroso cuando afirmó que el doctor Michele Ferrari le había dado productos prohibidos. Los aficionados seguro que se acuerdan de aquel corredor que ganó en Cuenca, en solitario, en 2001. Corría en el Cantina Tollo y llegó a la meta con 28 segundos de ventaja. Sacó sus dos piernas de los rastrales, se bajó de la bicicleta, la cogió con sus dos manos, la levantó en alto y cruzó con ella la meta. Un acto que le costó una multa económica de 40.000 pesetas por comportamiento incorrecto. Si en algo se parecen Simeoni y Landaluze es en que son dos corredores de equipo. Euskaltel perdió una gran ocasión, la segunda después del segundo puesto de Iker Flores en Saint-Brieuc. Necesitaban un poco de tranquilidad antes de los Pirineos, donde todas las miradas van a estar puestas en ellos. A partir de hoy, cuando la carretera se pone hacia arriba, seguro que tendrán más.

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