Diario de León

DESDE OLIMPIA

El guiso de los espartanos

Publicado por
NEMESIO RODRÍGUEZ
León

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POR GANAR la corona de Zeus, los atletas griegos que competían en Olimpia estaban dispuestos a todo. Incluso a hacer trampas, un recurso que hoy en día es sinónimo de dopaje. No se tienen datos fidedignos de que los atletas del pasado tomaran estimulantes para mejorar su rendimiento, aunque los historiadores hablan de que los duros espartanos se alimentaban de un guiso que echaba para atrás por su fuerte olor. Lo que sí se sabe es que hacia el siglo V a.C., los deportistas cambiaron la estricta dieta alimenticia, basada en pan, leche, aceitunas, aceite de oliva, higos, verduras y pequeñas cantidades de carne y pescado, un paso que transformó rotundamente las pruebas. El viajero y geógrafo Pausanias (siglo II a.C.), que reflejó en su extensa obra «Descripción de Grecia» una completa historia de los Juegos, escribió que el primer atleta que se alimentó a base de carne fue Dromeo de Estinfalo (480 a.C.). Este cambio dietético, que llevó a algunos competidores a ingerir hasta seis kilos de carne, con pan, causó una profunda modificación en su peso y fuerza muscular que les fue alejando del ideal de belleza atlética del pasado. Salvando las distancias (la carne no estaba prohibida), podría compararse esa situación con la de los atletas que hoy buscan desarrollar su musculatura y su potencia con productos dopantes. El paradigma ha sido el velocista canadiense Ben Johson, al que un plan sistemático de dopaje con esteroides anabolizantes le convirtió en un coloso de espectacular musculatura. Su positivo en Seúl'88 acabó con su carrera. Olimpia no toleraba los atajos hacia el éxito rápido. Era un lugar sagrado, por lo que los requisitos para acceder a las pruebas no admitían dudas. Los atletas tenían que cumplir varias normas: ser descendiente helénico puro, no haber incurrido en crímenes o delitos graves y haber respetado la Tregua Sagrada que proclamaban los «espondóforos» (heraldos) por el mundo heleno. Un entrenamiento previo de unos diez meses en un gimnasio griego bajo la supervisión de los

(jueces) era otro de los requisitos para participar en la competición, que culminaba con la coronación de los ganadores en el templo de Zeus. Los incumplidores perdían la oportunidad de luchar por la preciada corona de olivo y tener el honor de dedicar una estatua en caso de triunfo. El púgil egipcio Apolonio llegó tarde a los Juegos en la Olimpíada 218 (año 93, cuando ya los dominadores romanos habían suprimido la norma de que sólo podían competir los griegos) y fue expulsado. Se había detenido a ganar dinero en los Juegos de Jonia y los no le creyeron el cuento de que el culpable de su retraso habían sido los vientos contrarios en las islas Cícladas. Sobornos, falsedades, luchas amañadas, jueces parciales e intentos de politizar los Juegos, describen un escenario que ilustra que los de la antigüedad tenían problemas parecidos a los que ahora se llaman «Modernos», resurgidos precisamente en Atenas en 1896. La fama que daba un triunfo tanto al atleta como a su ciudad natal generaba tentaciones que traían de cabeza a los jueces. En la 74 Olimpíada (484 a.C.), el tirano de Siracusa Hierón sobornó al velocista Astylos de Crotona, que se declaró siracusano después de ganar en las dos pruebas cortas de carrera (estadio y diaulo). Con esa misma nacionalidad, volvió a competir y ganar tres coronas (triastes) en la 75. Aunque en Olimpia no se le abrió expediente sancionador, sus antiguos paisanos le expropiaron su mansión para convertirla en una cárcel. Curioso contraste con el mundo del deporte de hoy, donde es más que normal que los atletas compitan bajo banderas distintas a las de su país de origen sin que nadie se escandalice
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