Diario de León

Gracias, 2.800 años después

Los Juegos de Atenas quedaron inaugurados con una ceremonia que fue una mirada futurista a la Grecia clásica

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Jon Agiriano - atenas
León

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La llama olímpica bajó de la Acrópolis y ya arde en el pebetero del estadio de Maroussi. Su luz quedó prendida en la noche de Atenas al término de la espectacular ceremonia inaugural de los Juegos. Fueron tres horas de color, música y alegorías, una bella mirada futurista al pasado de la Grecia clásica, la de los héroes y los dioses. La de las Olimpiadas. 72.000 espectadores presenciaron en directo un acto en el que participaron 2.428 voluntarios. Para el recuerdo quedarán algunas imágenes inolvidables: los aros de fuego; el niño con una banderita griega en la proa de un barco de papel; la descomposición aérea de la figura de la Cyclade hasta que de ella emerge el cuerpo de Kouros; el olivo incandescente o la luz en el vientre preñado de una mujer, símbolo de la vida. El regreso de los Juegos Olímpicos a sus orígenes fue celebrado, por tanto, como la ocasión merecía. Las 600 horas de ensayo dieron su fruto y la ceremonia, mantenida en riguroso secreto hasta ayer, superó las expectativas. Se desarrolló a la perfección, tuvo el tempo debido y disfrutó de una mezcla bien compensada de sencillez, originalidad y virtuosismo. La pátina de agua que cubría el estadio simulando un lago cristalino y de cuyo centro emergían unos cables de 36 metros de altura sujetos a una especie de torreta fueron la base del espectáculo, que se inició a ritmo de tambores, con el estadio a oscuras y miles de pequeñas luces encendidas en la grada. Como era inevitable, la ceremonia inaugural estuvo llena de referencias a la antigua Grecia. Todas ellas, eso sí, bajo una escenografía vanguardista. El mejor ejemplo fue el desfile de Clepsydra, en el que cientos de voluntarios, sobre unas carrozas, protagonizaron un repaso teatral a la historia del país organizador, a sus mitos y leyendas: Hércules y la hidra, las cariátides de los templos, los diferentes dioses del Olimpo, los discóbolos, Alejandro Magno, San Jorge y el Dragón... Al cabo de casi dos horas de desfile, con todos los participantes perfectamente alineados en el centro del terreno -el lago desapareció como por ensalmo en apenas tres minutos-, el espectáculo continuó con un tributo musical (a cargo Bjork), audiovisual y hasta espacial (dos astronautas saludaron a los congregados) de las anteriores ciudades olímpicas. Luego, un atleta recorrió el estadio llevando una bandera blanca con la rama de olivo. Se detuvo dos veces, en los años correspondiente las guerras mundiales. Se llegó así a la hora de los discursos. Gianna Angelopoulus, presidenta del Comité Organizador de los Juegos y el presidente del COI, Jacques Rogge, volvieron a ponerse bajo los focos. «En los Juegos desaparecen las divisiones entre naciones y razas y el mundo», dijo.

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