Diario de León

CICLISMO

Somarriba se queda a las puertas de un podio que se llevó Carrigan La alemana reprochó a la ganadora

La española cruzó séptima la meta en una carrera en la que también brillaron Iturriaga y Ruano

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J. Gómez Peña - atenas
León

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«Aquí. Aquí. Donde atacó Bettini. Pensaba en él, en cómo se fue». Con el corazón rebotando en las sienes, Somarriba rescató de la memoria reciente la imagen del ciclista italiano. Le emuló por un instante. «Aquí, aquí». Notaba que sus rivales orbitaban junto a su dorsal. Era un imán para todas, pendientes de la ciclista vizcaína, de la triple ganadora del Tour. Y ella quiso desplegar toda su fuerza en el paisaje que le traía el recuerdo de Bettini, el campeón olímpico. Mordió su aliento. Aulló en el mismo punto y la misma situación que el italiano un día antes. Desenroscó la carrera, la partió, pero no lo suficiente. Media docena de sombras, las mejores, le siguieron. «No tenía las piernas de Bettini». Y allí, en el repecho de Licavitos donde el transalpino cosechó oro, Somarriba se despidió de él. Ya era de otra, de la australiana Sara Carrigan; como la plata fue de la rocosa alemana Arndt y el bronce de la veloz rusa Slyusareva. Descabalgada, a Somarriba le esperaba el séptimo puesto: el diploma olímpico. El oro es cosa ya del tiempo, de la contrarreloj del miércoles. Todo sucedió al revés El domingo, en Atenas, no se parecía a sí misma. El viento barría el calor. El cielo descubría la existencia de las nubes. Daban miedo. No por ellas, sino por la lluvia que contienen. Con un par de gotas, el asfalto de la capital, barnizado por semanas de polvo y aceite, se convertiría en un cristal donde reflejar caídas. Pero no llovió. Ayer nada salió en Atenas como se esperaba. La carrera femenina no nació loca. Sino anestesiada por la selección holandesa, defensora de la velocidad de Van Moorsel. Era una calma artificial, postiza, mentirosa. Mediada la prueba, Iturriaga, de mirada glauca, se sintió del tamaño de lo que veía. Inmensa, como la Acrópolis. Ella desequilibró la carrera con los cinco sentidos en cada pedalada, en cada arrancada. La corredora de Abadiño fue la mecha, el detonador y la carga. Todo. Alocó la competición. Estableció una muga que sólo saltaron las mejores del mundo. En una carretera abrigada por la historia de las civilizaciones, a Iturriaga le llegó la hora del relevo. La salmantina Dori Ruano no pudo darlo. No iba a ser su tarde para ingresar en el olimpo. Quedaba Somarriba. La vizcaína tiende al fatalismo. Necesita sentir el calor, el olor, el sonido de sus sueños. Tiene que tocar para creer. Por eso, sólo al llegar al único repecho que podía separarla de las más rápidas, recordó a Bettini. Pero el sueño se quedó pronto en sombra.

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