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El mal fario sobre cuatro ruedas

El madrileño dio a conocer en España una especialidad dominada desde otros países y logró sumar dos títulos antes de iniciar un ciclo en el que la mala suerte fue su compañera

Luis Moya y Sainz intentan arrancar el Toyota a 500 metros de su tercer título mundial que no llegó

Publicado por
Daniel Roldán - madrid
León

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En un mundo dominado por nórdicos, alemanes, británicos y algún francés, era extraño ver a dos españoles en el «paddock» de los rallies mundiales. Uno, charlatán y dicharachero, no paraba de contar anécdotas. El otro, más callado y tímido, se mantenía en un segundo plano, hablando de forma pausada y analizando con profundidad cada palmo de su vehículo para sacarle el máximo rendimiento. El objetivo, la victoria. Luis Moya, con sus gritos popularmente esparcidos por los humoristas nacionales, se retiró hace dos años como copiloto por cuestión de dinero. Creía que no le pagaban bien y pasó al «staff» técnico de Subaru. Ahora, Sainz deja el mundo de los rallies. Madrileño y madridista, Carlos Sainz (12-04-1962) empezó a despuntar a los 19 años. Su hermano Antonio y Juanjo Lacalle, representante desde sus comienzos, le animaron a abandonar el squash (fue campeón de España en 1979, con 16 años) y centrarse en las cuatro ruedas. Sainz debutó en el rally de su ciudad, el Shalymar de 1980. Ser uno de los campeones de España más jóvenes (25 años) le permitió ese mismo año probar en el Mundial. Sólo disputó tres carreras, aunque su clase no pasó desapercibida. En el 88 repitió experiencia. Fueron cinco carreras. Las suficientes para que el patrón de Toyota le diera inmediatamente un volante oficial. Se amoldó rápidamente. Se implicó al máximo en el desarrolló del Toyota. Un coche que fue moldeándose a las peticiones del español, que se «tiraba» horas con los mecánicos buscando la manera de lograr más velocidad punta o una mayor adherencia. Así, el madrileño dio el primer aviso en el campeonato del 89. El matador, como le conocían sus compañeros, quedó en octavo lugar. En 1990, Sainz pasó del círculo de aficionados a ser conocido por el gran público. Llegó la primera victoria de un español en el Mundial (Acrópolis). Venció en Nueva Zelanda, el RAC y se convirtió en el primer no nórdico en vencer el 1000 Lagos antes de alzarse con el título final. Como años después haría Fernando Alonso con la Fórmula 1, los españoles empezaban a conocer qué era eso de los rallies. Con miles de ojos puestos en él, logró cinco victorias, pero un trompazo en Australia (el peor accidente) y los abandonos, hicieron que se conformaran con el primer de los subcampeonatos. Al año siguiente, acabó su mejor ciclo con una nueva victoria mundialista. Su fichaje por Lancia, la alternativa al poder nipón, fue más aciaga que otra cosa. Sólo logró un quinto puesto final, lo que provocó su fichaje por Subaru. Con los coches azules volvió a subir al cajón, venciendo en tres rallies (Acrópolis, Portugal y Montecarlo) en las dos temporadas que estuvo en la escudería. Las desavenencias con el director del equipo, que se decantó por Colin McRae, hicieron que Sainz fichará por Ford. Era su cuarta marca en sus años de profesional en el Mundial, y los resultados no fueron buenos. Los malos resultados hacen que cambie otra vez de escuadra y vuelva a Toyota. El RAC marcó el destino de Sainz. En las pistas galesas, el madrileño se dejó tres mundiales. El más doloroso el de 1998. Todo estaba a su favor. Makinnen, se había retirado por problemas mecánicos y sólo tenía que puntuar. A tan sólo 500 metros de la meta, el Toyota dijo basta. «¡Trata de arrancarlo, Carlos, por Dios!», gritaba Moya al tiempo que echaba agua a un humeante motor. Eran la imagen de la desolación. Y ahora ha cerrado su carrera en Citroën.

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