Bolas contra la pared, pesas en un almacén y aparatos tras una red del pabellón

El buen ambiente general es palpable. Parece mentira, pero el leonés Manolo Martínez, el «gran capitán», llega a ser uno más: nadie que no lo identifique diría que es él, que entrena «allí». Se turna con el resto de lanzadores en tirar una bola, en uno de los tres puestos existentes, contra una gran colchoneta que cuelga de la pared y bajo la que hay otras que amortiguan la caída para no romper el suelo; un suelo que como dice Pestano, nada tiene que ver con las condiciones reales; algo que sólo practican ahora un par de veces por semana en la calle, cuando no hace demasiado frío, en un campo de fútbol. Después, todos sin excepción se afanan en descolgar y recoger las colchonetas y sacar de debajo de las gradas, del almacén en el que sólo Manolo se queda para entrenar con más intensidad, las pesas y barras para ejercicios de fuerza y técnica. Una fuerza y una técnica que se practican artesanalmente, en una superficie nada adecuada, con un frío que alienta las lesiones y con bolas de goma muy poco apropiadas para los lanzadores de disco o jabalina. Aún así son la élite.