El peor enemigo escribe el guión

La dilatada historia de la Ponferradina contempla mil batallas saldadas con signo dispar. Los blanquiazules no siempre han salido airosos de sus lances más épicos, como es lógico y natural por otra parte. Años atrás se habían embarcado en empresas harto complicadas y tampoco era sencilla la de ayer, por más que los antecendentes invitaran al optimismo. Lo cierto es que el recinto blanquiazul se abarrotó por vez primera en la historia como síntoma inequívoco de que algo importante iba a ocurrir. El público no se resistía a perderse una ocasión tan señalada de contemplar un trocito de la historia del club de sus amores. Todo estaba preparado para que El Toralín se convirtiera en el centro neurálgico de la alegría de una afición que en verdad se la merecía. Pero al final se produjo otro negro episodio en el currículum de los bercianos. El inimaginable tanto de Esaú sumió a los presentes en un valle de lágrimas que sólo se detuvo un instante para comprobar si Rubén Vega era capaz de darle la vuelta a un drama que por entonces ya había empezado a gestarse. Lo mismo que el guión del partido ante la Cultural fue el soñado por todos los deportivistas, el de ayer parecía escrito por su peor enemigo. Rubén lanzó al palo y las lágrimas afloraron ya sin posible consuelo. Viendo aquel Toralín abatido, se recordaban las desoladoras imágenes de Fuentesnuevas en aquel junio del 98, cuando el Compostela echaba por tierra las esperanzas de una ciudad ilusionada por retornar a Segunda B. Lo único que se le ocurre a uno para proporcionar cierto consuelo a la sufrida parroquia blanquiazul es recordarles también que la historia llevó a su equipo a la gloria un año más tarde. ¿Por qué no puede suceder la próxima temporada algo similar? La única lectura positiva es pensar que hoy es el primer día del resto de la vida para un club que ha crecido últimamente y que no debe permanecer indiferente al pasado.