Diario de León

Perdido en un coto

Sinceramente, fue lo único bueno que ese día encontré en el coto: ver al guarda (que en muchos otros ni siquiera lo ves) y que su comportamiento fuera normalmente educado

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Ordoño Llamas Gil - león
León

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Dispongo de un permiso para un coto del grupo tercero, que en sus buenos tiempos fue cumplidor y garante de su fama, situado en uno de los ríos regulados por pantano. A pesar de que mi fe en estos acotados (hoy de relleno) es casi nula, estoy inquieto al pensar que si lo doy por perdido podría significar un signo de poca solidaridad con los demás pescadores que no hayan tenido un buen número para escoger, por lo que, consultando previamente la reseña semanal de los viernes, observo que este río discurre «normal» y con aguas claras (17-06), y como yo lo tengo mañana sábado, me decido a madrugar para aprovechar la amanecida pescando a cucharilla hasta media mañana, momento en que decidiría continuar o retirarme, después de observar y tomar el pulso al río y a sus posibilidades. Tengo el presentimiento de que puede ser un día «aciálago», que diría mi amigo Paco, pero ¿y si es cierto que el río viene bien y que acaban de hacer una repoblación adecuada para mantener el tipo, como ya me ha ocurrido en tres ocasiones anteriores? Cierro la mente a las elucubraciones y me decido: ¡voy! Ya hace muchos años en que yo madrugaba para estar el primero a la orilla del río, cuando todavía Cerezales y El Condado no eran cotos, y mi acotado particular era en Vegas del Condado. Después han sido contadas las ocasiones en que haya madrugado, pues para coger cinco o seis truchas, si las hay, te sobran muchas horas en el día, y si no las hay, mayor motivo para no molestarse demasiado. Como quiera que el calor a las horas del mediodía suele ser insoportable, a las siete de la mañana estaba yo en la zona media-baja del coto, nada mas pasar un pequeño puente. Eché una mirada al río y vi con sorpresa que el caudal que traía nunca se podría considerar como normal, sino como muy alto por estar desembalsando al máximo, quedando todas las orillas con sus senderos normales inundados, siendo la corriente muy fuerte. Este era el mayor contratiempo con que podía encontrarme, y me acordé de la información del periódico... ¿no será que se considera ya como Órbigo? Pero tampoco, porque este se catalogaba como «algo bajo» y yo estaba viendo un mar. No obstante, comencé mi andadura hacia arriba por la orilla derecha del río, que hacía bastantes años todavía era transitable. De obstáculo en obstáculo El primer obstáculo que me encontré fue una pequeña pero alargada manga de río que no me dejaba acceder a la zona teóricamente pescable. Después de avanzar un largo trecho pude hacerlo, pero me extrañó no encontrar ni tan siquiera senderos insinuados o trechos por donde caminar con cierto desahogo, estando toda la orilla tupida de árboles, salgueras y maleza, por lo que me vi obligado a recoger el aparejo con la cucharilla hasta poder atravesar tan intrincado laberinto. Parecía raro que no hubiera un cartel en el puente que avisase del estado de esta orilla, pero supuse que pronto encontraría un sendero más despejado para continuar, por lo que seguí avanzando sin poder lanzar apenas en dos lugares incómodos. De pronto, la ladera del monte que lame el río se me presenta como un obstáculo casi insalvable, puesto que se halla cubierta de todos los restos de derrumbes de pizarra y piedras de todos los tamaños imaginables, consecuencia de una autopista que se ha construido por la zona alta. Como la orilla del río es intransitable total, he de decidirme a continuar atravesando los pedreros o derrumbes, que parecen interminables, por la mitad de la ladera, subiendo y bajando continuamente entre las losas, incluso perdiendo en alguna ocasión el equilibrio. Como quiera que ya estaba bastante alejado del coche y no me parecía prudente volver sobre mis pasos (sólo de pensarlo me entraban más sudores), seguí mi itinerario perdido en el laberinto de las piedras, o entre los grandes peñascos de la orilla, o a través de la vegetación silvestre, entre escobas y ortigas, hasta que pude alcanzar la terminación de un camino que llegaba hasta las primeras tierras abiertas, con algún cultivo, de esta orilla, ya cerca del próximo pueblo. Aquí pude lanzar otras cuatro veces, viendo venir detrás del señuelo algunas truchillas que no daban la talla, sólo en los cuatro remansos que había en todo el trayecto. Seguí por el camino atravesando el pueblo hasta llegar al puente, desde el que pueden verse debajo, en las chorreras y pozo, algunas truchillas de casi la talla (quizá alguna de más), que tienen aspecto de asustadas. Mientras las observaba se me acercó un joven que se declaró estudiante y aficionado a la pesca, quien me comentó que la perdición de este tramo fue la de permitir pescar en septiembre y octubre, sin muerte, pues en esas fechas se sacaron muchas truchas a mosca, al venir el caudal del río casi bajo. Según él, había quedado muy poca pesca y de tamaños pequeños. Esto, unido a que ahora venía con excesivo caudal, daba como resultado el que no se pescase prácticamente nada. Eran aproximadamente las doce del mediodía, lo que significaba que yo había estado perdido entre el intrincado y peligroso trayecto unas cinco horas, que unidas al calor reinante y a los equilibrios y caídas, con ortigas incluidas, habían conseguido dar al traste con todas mis ilusiones piscatorias, y estaba a unos cuatro kilómetros del coche. Pero he aquí que la providencia se me presenta en forma de guarda de pesca, buen mozo, de trato agradable y educado, con quien estuvimos comentando las circunstancias, y el por qué no había nadie pescando en el coto, excepto yo. Le presenté mi documentación, y preguntándole si iba en dirección a mi coche, le pedí que me llevara, a lo que accedió gustoso. Sinceramente, fue lo único bueno que encontré en ese coto: ver al guarda (que en muchos otros ni siquiera lo ves) y que su comportamiento fuera normalmente educado. Gracias. Comentando mi itinerario de pesca por la orilla derecha, le puse en un compromiso cuando le pregunté el por qué de que no se haya colocado un letrero en el puente que indique que esa orilla, aguas arriba, es intransitable y peligrosa, lo que evitaría muchas molestias y reclamaciones quizá de quien se aventure por ella y sufra un percance o caída grave. Cuando llegamos al aparcadero de mi coche, acababa de llegar otro pescador de Astorga, quien tampoco se hacía ilusiones sobre el resultado de la jornada. ¡No está mal la asistencia a un coto para el que se despachan 14-16 permisos! Estoy seguro de que los demás no se informaron de que el río venía en condiciones normales. Se me olvidaba indicar que el coto al que me refiero se llama Garaño, por donde discurren las aguas del río Luna.

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