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Gigante entre los molinos

El sueco Backsted, ganador de la París-Roubaix, que mide 1-93 y pesa 90 kilos está sufriendo por las llanuras de La Mancha

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Benito Urraburu - argamasilla de alba
León

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Magnus Backstedt es un río de sudor. Está rojo como un cangrejo, a pesar de darse crema por todas las partes de su cuerpo que están expuestas al sol. El corredor sueco, afincado en Inglaterra, es un gigante entre los molinos, y el calor que sacude en La Mancha le va derritiendo día a día. El ganador de la Paris-Roubaix en 2004 mide 193 centímetros y pesa 95 kilos. Es el corredor más grande del pelotón mundial. Tiene aspecto de jugador de balonmano. Ha venido a la Vuelta para «intentar ganar una etapa y llegar a Madrid». Tiene 30 años y lleva en el mundo profesional desde 1996, cuando lo fichó el equipo belga Collstrop con el que ganó la prueba de ciclismo más importante de Suráfrica, la Boland Bank Tour. Nacido en Suecia, Backstedt es un trotamundos: «He vivido en siete años en Bélgica, dos en Francia y ahora llevo unos años en Gales». Está casado con una ex ciclista inglesa, Megan Hughes, y habita en las cercanías de Cardiff. Cambiar de nacionalidad Es un ciclista profesional en un país en el que el rugby es una religión. El mal tiempo que azota esa zona en invierno le obliga a entrenar en un velódromo cubierto en el que se cansa de dar vuelta. Durante los años que vivió en Bélgica su casa estaba a 20 metros de la línea de meta de la Gante-Wevelgen, una clásica que se conoce de memoria. Pero sobre todo le apasiona la Paris-Roubaix. «Para mí, esa carrera es como para otros el Tour, la Vuelta o el Campeonato del Mundo. Quiero intentar volver a ganarla. También me gusta la Vuelta a Flandes. En invierno suelo hacer pruebas de Seis Días, no dejó mucho la bicicleta», apunta. Ha ganado una etapa en el Tour en 1998, además de la clasificación del Intergiro en el Giro de Italia de 2003. En la ronda española lo que le está matando es el calor. «No estoy acostumbrado a tanto calor y lo estoy acusando», señala. Del frío y la lluvia de las clásicas ha pasado a La Mancha, donde su enorme figura proyecta una sombra en la carretera que protege a más de un corredor.

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