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Guti rescata al Real Madrid de un grave lío para liderar la remontada (3-1)

El autogol inicial había dejado a Luxemburgo y su nebulosa táctica blanca al borde del abismo

Robinho, que logró ayer su primer gol con el Madrid exhibe su virtuosismo con el balón ante Lacruz

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Daniel Roldán - madridmadrid
León

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Tuvo que salir Guti para devolver el orden a un Madrid perdido y regalar a la afición blanca la primera victoria de la temporada en el Bernabéu. El canterano fue el antídoto, a base de pases al hueco y casta, que se impuso al orden del Athletic y solucionó la nebulosa táctica blanca. El Madrid no tiene dibujo sin él. Perdidos, sin mordiente, los jugadores blancos deambularon por el campo sin saber qué hacer. Las dudas eran constantes, con graves problemas de colocación ante la pareja de centrocampistas de contención diseñada por Luxemburgo. Pablo García y Gravesen ni defendían ni atacaban. Más preocupados por su situación en la cancha, dejaban campar a sus anchas a sus homólogos rojiblancos. Eso cuando no tenían el balón; en el caso contrario, Beckham era el único que surtía del deseado esférico a los delanteros, deseosos de poder tocarlo. Y la primera que llegó, Robinho mandó el balón al palo. Pero la pelota no salía de ahí. El Athletic tampoco tenía ganas de hacerlo porque se sentía cómodo ante esta situación. Los leones tocaban y tocaban buscando los disparos desde lejos de Tiko (el mejor rojiblanco) y la velocidad de Etxebe con balones largos; pero se encontraron con un Woodgate, correcto en el juego aéreo, cortando sin dificultad. Sin embargo, la mala suerte se cebó con él al desviar a gol un disparo de Etxeberria. Entonces, el Bernabéu empezó a silbar a sus jugadores, menos a dos: al defensa británico y a Raúl, el único que buscaba la pelota y le ponía ganas para levantar el partido. La bula a Woody se acabó con una escalofriante entrada a Gurpegui. El Madrid estaba herido y necesitaba una píldora de Gutilinina. El canterano entró, por un gris Gravesen, y revolucionó el partido. Empezó a tocar con criterio, moviéndolo de lado a lado y dándole chispa al equipo. Luxemburgo cambió de nuevo el sistema. Se atrevió con un rombo y todo el mundo al ataque, lo que demostró que el Madrid no necesitaba dos centrocampistas de contención, sino la genialidad de Guti. Pablo García respiró aliviado y se convirtió en el fiel escudero. Dio la orden de correr, de moverse por las bandas y sus compañeros le siguieron con fe. Sólo ofreció un poco más de intensidad. Así llegó el empate y la remontada, apelando a la heroica. Y gracias también a la candidez de la defensa del Athletic, que permitió dos goles a balón parado. Tras el trabajo realizado, dejar pasar los minutos mientras el público se enseñaba con las decisiones del árbitro -sobre todo cuando expulsó a Woodgate- y convertía la música de viento en ovaciones. Todo vuelve a la normalidad.

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