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La sensación de la fiebre amarilla

La afición del Celje hace jugar a los suyos como si realmente tuviesen un jugador más

Publicado por
G. Fernández - enviado especial | celje
León

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El espectacular pabellón del Celje es la envidia de cualquier buen aficionado. No sólo por la infraestructura. Sobre todo y muy por encima de cualquier otra consideración por el efecto que logran los 6.000 aficionados que lo llenan en cualquier partido, la mayoría vestidos con la camiseta amarilla de su equipo. El amarillo está por todos los sitios. Las gradas, principalmente uno de los fondos, se convierten en una auténtica marea amarilla que ruge, canta, grita y sobre todo anima los sesenta minutos. En ocasiones el nivel de ruido es tal que se tiene la sensación de estar a punto de sufrir una perforación de tímpano. Ya el arranque promete, cuando tres «amarillos» salen portando tres enormes banderas, similares a pendones, con el escudo de Lasko y el símbolo de la población: una cabra montesa con cara de pocos amigos. Es el balonmano convertido en puro espectáculo, un espectáculo conducido por un showman al que micrófono en mano, siguen todos como a un predicador americano.